Todos los grandes logros espirituales son alcanzados a través de padecimientos. Así fue con Moisés, Abraham, José, David, Daniel y Cristo. Y el discípulo no es aquí mayor que su Señor. «Si sufrimos, reinaremos también». Ahora se alcanza el punto culminante de la historia de Job, pero hay ahí más de la quietud de un nacimiento que del choque de una revolución. Ha cesado la tempestad de palabras; se ha posado la calma de su «¡Calla! ¡Sosiégate!» sobre las agitadas aguas. En el acto final de este intenso drama tenemos:
I. Confesión. Job comenzó su breve respuesta al divino llamamiento diciendo: «Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti» (v. 2, RV). Tú todo lo puedes, y Tú todo lo ves. Tú eres omnipotente y omnisciente. Todo el universo, visible e invisible, está bajo tu control, y desnudo y descubierto a los ojos de Aquel ante quien hemos de rendir cuentas. Así como el hombre debe ser juzgado por sus obras, así sea considerado el Señor por las suyas. Por Sus obras le conoceréis. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal. 19:1). Pero, ¿qué nos declara la Cruz de su Cristo? ¿Qué obra de sus manos nos muestra el firmamento de su infinito amor y misericordia? En la cuestión de la salvación, así como en creación y gobierno, «yo conozco que todo lo puedes».
II. Revelación. «De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven» (v. 5). Es una cosa oír a otro hablar acerca de Dios; es muy distinto verle mediante la revelación de su propia palabra, dicha personalmente al corazón, como Job le veía ahora. La suma de la respuesta del Señor a Job fue una manifestación de sí mismo por medio de su palabra. La voz de Dios trajo la visión de Dios a la fe del patriarca. Vio a Dios por el oír con fe. «Cree, y verás» (Jn. 11:40). «La palabra de Dios es viva y eficaz... y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» del hombre, y es asimismo reveladora de los pensamientos e intenciones del corazón de Dios. Éste es el misterio de la encarnación. «El Verbo [o la Palabra, que era Dios] se hizo carne, y habitó entre nosotros..., lleno de gracia y de verdad». Cristo, el Verbo de Dios, fue la revelación de Dios a un mundo sufriente. Tú has oído muchas veces acerca de Él, pero, ¿lo has visto con tus ojos aún?
III. Humillación. «Me arrepiento en polvo y ceniza» (v. 6). El autoaborrecimiento es la consecuencia natural de acudir cara a cara con Dios. Cuando Isaías vio al Señor sobre un trono sublime y excelso, él también se aborreció a sí mismo, diciendo: «¡Ay de mí! ... porque [soy] hombre inmundo de labios» (Is. 6:5). ¡Ah, estos labios! Fueron los labios de Job los que actuaron traidoramente en la causa de Dios. Pero los labios son solo los instrumentos del corazón y de la voluntad. ¿Dónde está la jactancia, cuando viene la verdad de Dios al corazón? Queda excluida. Saulo de Tarso descubrió esto cuando la luz del exaltado Hijo de Dios cayó sobre él en el camino de Damasco. Entonces se aborreció a sí mismo y se arrepintió.
IV. Intercesión. «Mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé» (v. 8). Los amigos de Job hicieron todo lo que podía hacer la sabiduría y elocuencia humanas para un hombre abrumado por el poder del diablo: nada. Esta clase no sale sino con oración y sacrificio. «Mi siervo», unas dulces palabras para el perplejo y dolorido sufriente. Nos es fácil a nosotros azotar a otros con nuestro látigo verbal, cuando es las oraciones de ellos lo que necesitamos para salvarnos de nuestros pecados. ¡Qué privilegio y responsabilidad reposa sobre el siervo del Señor: «A él atenderé»! ¡Qué aliento para aquellos que han hallado favor delante de Dios para interceder por otros! Este ministerio pertenece a cada uno de los que han sido reconciliados a Dios. En esto, Job es un tipo de nuestro Señor Jesucristo, que intercede por nosotros, y a quien Dios siempre escucha, y en quien somos aceptados (He. 10:10-14).
V. Emancipación. «Quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos» (v. 10). Para los «consoladores importunos» de Job, así como para él mismo, la oración fue más eficaz que la discusión. ¿Y no es siempre así? Sus amigos le habían juzgado mal, pero él tenía tanta más necesidad de orar por ellos. Al así hacerlo, el Señor le desligó de la esclavitud y del poder de Satanás, y le hizo una vez más hombre libre. El Diablo lo había encadenado como con grilletes de hierro, pero Dios honró la oración como el medio de liberación. La oración por sus amigos implicaba una buena disposición para perdonarlos, y para devolver bendición por maldición. Una actitud así del alma, y una obra así de la gracia, no puede dejar de traer mayor libertad y bendición a la vida del suplicante. «Deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven, y presenta tu ofrenda» (Mt. 5:24).
VI. Satisfacción. «Y [Jehová] aumentó al doble todos los anteriores bienes de Job... y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero» (vv. 10-17). Satanás ha sido derrotado, y la misericordia y la verdad de Dios han triunfado. Santiago dice: «Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo» (Stg. 5:11). Sí, el fin de todos los tratos de Dios con nosotros es misericordia. Así como el número de las ovejas, camellos, bueyes y asnas de Job fue doblado, no sucedió así con sus hijos e hijas.
Tuvo el mismo número que había tenido antes, quizá implicando que su anterior familia no estaba perdida, sino solo «ida antes», aún suya, aunque en el otro lado del Jordán de la muerte. Si Job tenía setenta años cuando lo perdió todo, sus años le fueron asimismo doblados, porque vivió después de esto «ciento cuarenta años» (v. 16). La medida del Señor es siempre «remecida y rebosante». Aquellos a los que Él les muestra su salvación quedarán satisfechos con larga vida, vida eterna (Sal. 91:16). Nadie codiciaría los sufrimientos de Job, pero, ¿quién no diría: «sea mío su fin postrero»? No juzguéis antes de tiempo. Si Dios ha comenzado en vosotros una buena obra, Él la llevará hasta el día de la perfección. Consolaos unos a otros con estas palabras.

