Preciosas Premesas. Bosquejos Bíblicos para Predicar Deuteronomio 30:1-10
«Dios a nadie pierde sino al que se va, Y nadie se va sin que Dios se duela; Dios se duele por su abandono, Yendo tal corazón a su propia condenación». Abandonar a Dios es abandonar la FUENTE DE AGUAS VIVAS, y escoger las cisternas rotas de una incontenible frustración. No tenemos elección entre la plenitud oceánica de la gracia infinita de Dios y los eriales secos y estériles de las vanas imaginaciones del hombre.
En estos versículos hay siete promesas que se dan a aquellos que se conviertan al Señor y obedezcan su voz (vv. 1, 2). Esto, naturalmente, implica el regreso a Dios, y la consagración de la vida. Dos condiciones inalterables por medio de las que son recibidas y disfrutadas las promesas de Dios. Serán con ello:
I. Liberados. «Entonces Jehová hará volver a tus cautivos» (v. 3). Él desligará tus cadenas de iniquidad y libertará tu alma del lazo del diablo (2 Ti. 2:26). Él libera del poder de las tinieblas a aquellos que fueron vendidos bajo el pecado (Ro. 7:14; 2 Co. 1:10; Is. 55:7).
II. Restaurados. «De allí te recogerá Jehová tu Dios» (v. 4). Él no solo libera del dominio de Satanás, y de las fascinaciones del pecado y del mundo, sino que nos lleva a su gran corazón de amor para que podamos tener comunión con Él. El pródigo en Lucas 15 fue libertado cuando dejó la provincia lejana, pero no fue restaurado hasta que cayó en brazos de su padre lleno de gracia. El amor de Cristo nos constriñe.
III. Proveídos. «Te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien» (v. 5). Estas promesas fueron dadas, naturalmente, a los hijos de Israel; pero toda la Escritura, inspirada por Dios, es provechosa para el hombre de Dios (2 Ti. 3:16, 17). Todos los que se han reconciliado con Dios por medio de la muerte de su Hijo son hechos herederos de Dios, y coherederos con Cristo (Ro. 8:17). Lo que puede ser solo una roca estéril para el ojo carnal dará miel y aceite al corazón creyente.
IV. Disciplinados. «Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón», etc. (v. 6). Un corazón circuncidado es un corazón afligido y sometido, de modo que todos los afectos del alma quedan desligados del mundo y del yo, y centrados en el Señor. La disciplina es la señal dolorosa de la posición de hijos (He. 12:8). Es también una necesidad positiva de feracidad (comparar He. 12:10, 11 con Jn. 15:2). Se debe quitar el corazón de piedra para dar lugar al corazón de carne que pueda sentir el toque gentil de Dios (Ez. 36:26).
V. Defendidos. «Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos» (v. 7). ¡Qué diferencia entre la disciplina y la condenación! (Éx. 11:7). Nosotros no debemos maldecir a nuestros enemigos, sino orar por ellos. La venganza es mía, dice el Señor. Pon a todos tus enemigos en sus manos. No tengas ansiedad por tu vida. Así es como los primeros apóstoles actuaron. «Concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra» (Hch. 4:29). Vosotros sois como la niña de sus ojos.
VI. Fructíferos. «Te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos» (v. 9). Los árboles plantados y regados por Dios nunca carecen de fruto. Florecen como la palmera (Sal. 92:12). Arraigan hacia abajo, y dan fruto para arriba, «Y lo que haya escapado, lo que haya quedado de la casa de Judá, volverá a echar raíces abajo, y llevará fruto arriba» (2 R. 19:30). «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo» (Jn. 12:24). El proceso hacia abajo (morir) de la vida del yo es el fortalecimiento de la nueva vida en Cristo hacia arriba. Los mejores frutos son los que maduran al sol.
VII. Objeto de alegría. «Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien» (v. 9). Un hijo sabio alegra a su padre. «Se regocijará sobre ti con cánticos » (Sof. 3:17). Bienaventurados son los que se encuentran en tal caso. Veamos como el padre se regocijó sobre su hijo perdido cuando éste regresó (Lc. 15: 24). ¡Ah, que gozo saber que somos un gozo para Él, para Aquel cuya alma estuvo profundamente angustiada por nuestra causa! Así quede su gozo en nosotros, y que así nuestro gozo pueda ser pleno (Jn. 15:11).