SIETE ESLABONES EN LA CADENA DE LA GRACIA
Bosquejo bíblico para predicar de Levítico 22:31-33
«Yo soy Jehová.» Estas palabras aparecen tres veces en estos tres versículos, y son como los tres sellos del Dios Trino y Uno, puesto sobre estas grandes y preciosas verdades. Es refrescante para el alma, y un firme fundamento para ella, encontrar lo muy frecuentemente que Jehová les recuerda que fue Él que los sacó de Egipto.
Dios nunca puede olvidar la gran salvación cumplida para su pueblo, y está constantemente recordándoles que Él, que los había salvado, seguía con ellos y por ellos. Él, que dio a su Hijo por nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas? Necesitamos que se nos recuerde esto con frecuencia.
Los diferentes eslabones en esta cadena de oro de la gracia son:
I. Revelación. «Yo Jehová.» Si Dios debe ser conocido, debe revelarse a Sí mismo. Nadie buscando puede encontrar a Dios. Esta revelación de Sí mismo la tenemos en Cristo Jesús. Cuando Felipe le dijo a Jesús:
«Muéstranos al Padre, y nos basta», Jesús le respondió: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no ME HAS CONOCIDO, Felipe?. El que me ha visto A Mí, ha visto al Padre… El Padre que mora EN Mí, Él hace las obras». ¡Qué revelación! ¿Has oído y visto al Dios invisible en las palabras y vida de Jesús?
II. Salvación. «Os saqué de la tierra de Egipto.» Egipto era el lugar de esclavitud y miseria, y de un afán sin frutos. Tipo del mundo y de nuestro estado anterior. En su impotencia Él se apiadó de ellos, y con su gran poder, por mano de Moisés, los sacó. Trasladados del reino de las tinieblas al reino de su amado Hijo. Salvos por la gracia.
III. Adaptación. «Os saqué… para ser vuestro Dios.» ¿Alcanzamos a comprender en alguna medida la infinita bondad de Dios revelada en estas palabras? Él nos ha liberado de la opresión del pecado para poderse manifestar en toda la plenitud de su gracia y gloria a nosotros.
Debemos ser para Él un pueblo tomado por Él mismo, y Él debe ser Dios para nosotros (Éx. 6:7). Como nuestro Dios, Él se compromete a adaptar las riquezas de su gracia y cada atributo de su carácter a nuestras necesidades diarias, y a enriquecer nuestras vidas para la gloria de su Nombre. Os. he sacado para ser vuestro Dios. Alma mía, ¡bendice a Jehová!
IV. Santificación. «Yo Jehová que os santifico.» Esta santificación o separación para Sí mismo constituye parte de la gran salvación. Los israelitas no fueron salvados de Egipto simplemente para escapar del cruel látigo del capataz, sino para que vinieran a serle pueblo para Él.
No hemos sido salvados por Cristo simplemente para ser liberados de las manos de nuestros enemigos, sino para servirle sin temor en santidad todos los días de nuestra vida (Lc. 1:74, 75).
Yo Jehová que os santifico. La santificación es la obra del Señor. Cristo Jesús… nos ha sido hecho de parte de Dios… santificación (1 Co. 1:30).
V. Representación. «Que Yo sea santificado en medio de los hijos de Israel.» La santidad de Dios debe ser vista en la santidad de su pueblo. ¿Somos fieles y verdaderos representantes del carácter de nuestro Señor y Salvador?
El desea morar en nosotros y caminar en nosotros como templo del Dios viviente (2 Co. 6:16). Si Él debe ser santificado entre su pueblo, nos conviene ser imitadores de Dios como hijos amados (Ef. 5:1).
VI. Prohibición. «Y no profanéis mi santo nombre.» Es fácil que los que son llamados por su nombre lo profanen con un caminar indigno (Col. 1:10). Todo lo relacionado con nuestras vidas fuera del templo de su santa voluntad es profano.
Profanamos su nombre con nuestras oraciones incrédulas, con nuestras profesiones formales solo de boca, e incluso cuando estamos predicando el Evangelio, si no lo hacemos en el poder del Espíritu Santo. Sed llenos del Espíritu, y no profanaréis su Nombre Santo, porque Él obrará en vosotros tanto el querer como el hacer de su buena voluntad.
VII. Comisión. «Guardad, pues, mis mandamientos, y cumplidlos» (v. 31). Por ello, por cuanto Yo soy vuestro Dios, habiéndoos redimido para Mí mismo, y por cuanto os he separado para la santificación de Mi Nombre, vosotros haréis vuestra delicia de guardar Mis palabras y de hacer Mi voluntad.
Cada persona salvada y santificada era comisionada. Ningún amigo terrenal conoció mejor a Jesús que su madre. Recordemos entonces las palabras de ella a los criados en la boda de Caná: «Haced lo que Él os diga». Ella misma conocía la bienaventuranza de la fe y la obediencia.
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