Un Clamor de Angustia. Bosquejos Bíblicos para Predicar Salmo 69:1-5
Este salmo debería ser leído de rodillas, como procedente de los labios del sufriente Hijo de Dios. En los versículos iniciales podemos oír el clamor de un alma en total desesperación por la salvación de Dios. Las razones de ello son muy claras. Había una sensación de:
I. Peligro. Sálvame, oh Dios, porque las aguas se me han entrado hasta el alma. Su alma es como una nave con una vía de agua en un mar tempestuoso. Las aguas del dolor y del temor le han venido encima.
Ha estado debatiéndose por mantenerlas fuera, pero ha fallado. Las aguas han prevalecido, y grande es el peligro. Un barco en la mar es cosa natural, pero la mar en un barco es algo terrible.
II. Impotencia. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie. En el profundo y cenagoso mar del pecado un hombre no puede hacer otra cosa sino hundirse, porque allí no hay en absoluto fondo de ningún tipo.
El hombre tiene que salir de este horrible hoyo antes de poder poner los pies sobre la roca. La ley del pecado y de la muerte, como la ley de la gravedad, no pueden hacer nada por nosotros mientras estamos en el profundo cieno. No hay donde asentar el pie.
III. Desesperanza. He venido al fondo de las aguas, y me arrastra la corriente. Las aguas entran en su alma; ahora ha llegado «al fondo de las aguas». Y como uno que se hunde debajo de la línea de la marea, las olas comienzan a batir sobre él.
La figura aquí empleada es de lo más expresiva para describir la incapacidad del pecador para liberarse de la culpa de su propio pecado. Igual podría tratar de volver la marea atrás como la ira de Dios contra el pecado.
IV. Fatiga. Cansado estoy de llamar. Habla ahora como un niño que se ha agotado y quedado exhausto por sus esfuerzos. No se nos oye meramente a causa de nuestro mucho clamar. Tenemos que poner fin a nuestro yo en la oración, así como a nuestro yo en las obras.
V. Sed. Reseca está mi garganta. Esta figura es la de un hombre a punto de perecer en un ardiente desierto arenoso. Su clamor le ha traído solo una sensación más profunda de necesidad. Torrentes le están cubriendo, y sin embargo muere de sed. Éstas son las agonías de un alma que se debate en busca de la liberación del mundo y del pecado (Is. 55:1-2).
VI. Cerera. Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios.» Él es ahora como uno en una atalaya, cuyos ojos están fatigados y cegados de tanto forzarlos esperando algo que no le ha llegado. No puede hacer ningún descubrimiento esperanzador. En mí, esto es, en mi carne, no mora el bien.
VII. Enemigos. Se han hecho poderosos mis enemigos (v. 4). Son también numerosos, más que «los cabellos de mi cabeza. Los enemigos del alma humana que busca en pos de Dios y de la salvación, enemigos tan poderosos como Principados, y Potestades, y Espíritus de Maldad.
Y más numerosos que los cabellos de la cabeza. Es grande la huida desde el reino de las tinieblas al Reino de Dios. Toda esta condición, así, es una de intensa impotencia y de desesperanza, aparte de la gracia y del poder de Dios.
VIII. Confesión. «Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos» (v. 5). Es necesaria la confesión. Nuestros pecados están ahí, en nuestros propios corazones, como aguas sofocantes.
También tenemos que confesar nuestra insensatez: la de entrar en la ciénaga y tratar de salvarnos mediante desesperados esfuerzos. Dios lo sabe, por tanto, no intentes ocultarlo. Haz ante Él un reconocimiento pleno y franco.
IX. Petición. Sálvame, oh Dios. «Pero yo a ti oraba, oh Jehová, al tiempo de tu buena voluntad Sácame del lodo y de lo profundo de las aguas Acércate a mi alma, rescátala.