Cómo Crece el Evangelio
Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios. 2 Corintios 4:2
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros
Es difícil creer en el evangelio, y los que lo traen al mundo son personas sin importancia. El plan sigue siendo el mismo para todos los que son vasijas de barro de Dios. Para resumir, esta es la estrategia humilde de Pablo en cinco puntos (de 2 Corintios 4): no desmayamos; no alteramos el mensaje; no manipulamos los resultados porque comprendemos que una profunda realidad espiritual obra en los que no creen; no esperamos popularidad, y por consiguiente, no nos desilusionamos.
Tampoco nos preocuparemos por el éxito visible y terrenal sino que dedicaremos nuestros esfuerzos a lo que es invisible y eterno. En 2 Corintios 4.6–7, Pablo escribió: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”.
Eso nos trae de regreso al punto en que empezamos en este capítulo: al final del día no hay explicación humana para el crecimiento de la Iglesia. El mundo piensa que somos estrafalarios y extraños.
Somos unos perdedores. Somos como orinales. Sin embargo, mediante la boca de Pablo y otros inadaptados a través de los siglos, la Iglesia, inexplicablemente, avanza en la historia del mundo con inmenso poder, más allá de todo lo demás. Solo el evangelio convierte a los pecadores en santos al trasplantar hombres y mujeres del reino de las tinieblas al reino del amado Hijo de Dios.