Humildad: Traducción de varios términos hebreos: anava (aflicción, mansedumbre), daka (ser rebajado, herido), shaja (inclinarse), kana (ser o llegar a ser humilde) y del griego tapeinos.
En el Antiguo Testamento el término se refiere originalmente al → pobre, oprimido o afligido (1 Samuel 2:7; 2 Samuel 22:28), y luego se extiende a la actitud del hombre que recibe con sumisión y confianza tales pruebas (Éxodo 10:3; Deuteronomio 8:12,13). Miqueas la considera requisito esencial de la misma (6:8). En 2 Crónicas la humildad es criterio fundamental para juzgar a los reyes. Y el humilde es en los salmos el prototipo del varón piadoso o justo (Salmos 22:26; 25:9; 123; 131; 147:6).
El Nuevo Testamento recoge la idea de humildad del Antiguo Testamento (Mateo 5:5; 23:12; Lucas 1:52; Hechos 20:19; Filipenses 4:12). Jesús es el humilde por excelencia (Mateo 11:29; 21:4,5), a quien el Padre ha exaltado (Filipenses 2:8s). Esta misma humildad se requiere del creyente (1 Corintios 4:21; 2 Corintios 10:1; Efesios 4:2; 2 Timoteo 2:25). A veces se contrasta con la violencia (1 Corintios 4:21). Permite desentenderse del propio prestigio (Mateo 18:4; Romanos 12:16; 2 Corintios 11:7; cf. Juan 13:3–17) y dar preferencia a los demás (Filipenses 2:3). Pero puede haber una humildad simulada (Colosenses 2:18–23; cf. 3:12). El orgullo que confía en el poder o el ejército se contrasta con la humildad que confía solamente en Dios (Salmos 118:8s; 146:3s).