Naves, barcos Embarcaciones que en los tiempos bíblicos se usaban para transportar cargamentos. Los judíos nunca fueron marineros. Para ellos, el mar era una peligrosa y temida barrera. Sin embargo, el Antiguo y el Nuevo Testamento contienen muchas referencias a los barcos y la navegación.
La Primitiva Navegación Fluvial
Por haberse desarrollado las antiguas civilizaciones bíblicas en las cuencas del Tigris, el Éufrates y el Nilo, es natural que los primeros intentos de navegación conocidos se hicieran en estos caudalosos ríos, antiguos medios de comunicación. La población aprovechaba los papiros, cañas y juncos que crecían en las riberas; enlazaban los juncos fuertemente entre sí y los calafateaban con betún o asfalto para hacer botes (Éxodo 2:3).
Los monumentos egipcios y los sellos y monedas de Mesopotamia dan una idea de las antiguas embarcaciones, especialmente barcazas para transportar personas (Isaías 18:2). Al mejorarse las rutas fluviales, las naves, pese a los materiales de construcción, llegaron a tener dimensiones considerables, e incluso se usaron como barcos de guerra entre Asiria y Babilonia.
La Época de la Navegación Fenicia
A los egipcios no les gustaba el mar abierto, pero se atrevían a navegar por la costa de Palestina hasta llegar a → Fenicia, en busca de madera y otros materiales. Los fenicios, limitados a sus sierras y puertos, se vieron obligados a buscarse la vida en el Mediterráneo. Ezequiel conserva una magnífica descripción de las naves fenicias que llegaron a ser símbolo de → Tiro, tanto en su prosperidad como en su ruina.
El profeta destaca la vasta extensión del comercio fenicio (Ezequiel 27:12–29; cf. 3–9). Las frecuentes referencias a las «naves de Tarsis» en el Antiguo Testamento recuerdan el poderío marítimo de otros lugares, como → Quitim (Chipre) y → Tarsis (o bien de una región al sur de Cilicia, o de la región gaditana de España). Isaías consideraba estas flotas como símbolo del orgulloso poderío de los gentiles (Isaías 2:16; cf. Números 24:24; Deuteronomio 28:68).
Las naves típicas de Tarsis solían tener la proa redonda y la popa adaptada a la acción de los dos grandes remos del timonel. Llevaban un mástil central, con vela cuadrada, dos bancos para los remeros, una superestructura de defensa contra las olas y la insignia de la divinidad protectora en la proa. Eran relativamente anchas para dar cabida a la carga y los pasajeros (Jonás 1:3–5). Los barcos de guerra tenían proa aguda, con mayor eslora para hacerlos más veloces.
Los Hebreos y la Navegación
La costa de Palestina (hasta llegar al Carmelo en dirección norte) carece de puertos naturales, pues Jope solo fue habilitado artificialmente bajo los asmoneos, y Cesarea fue creación de Herodes.
Durante siglos esta costa la ocuparon los fenicios al norte y los filisteos al sur, ya que los israelitas habitaban las montañas del interior. En tiempos de los jueces, Aser y Dan apenas ya se asomaban a la costa (Jueces 5:17). Para Israel, el mar solo llegó a tener importancia al consolidarse la monarquía, y entonces solo gracias a la alianza con Tiro y Sidón. Salomón había buscado riquezas en los mares del sur a través de su puerto en el mar Rojo. También → Ezeón-geber (Elat, Aqaba) y, años después, Josafat quiso imitarle, pero fracasó (1 Reyes 9:26ss; 10:22; 22:48ss).
Posiblemente los escritores del Antiguo Testamento conocieron el → mar solamente de lejos, generalmente como símbolo de intranquilidad y de dominio extranjero (Isaías 33:20–23); cf. la poética descripción de unos marineros en una tempestad del Salmos 107:23–32. «El rastro de la nave en medio del mar» evoca para el sabio proverbista la finitud del conocimiento humano frente a las cosas inexplicables, pero también le era símbolo de previsión y de abundancia (Proverbios 30:19; 31:14).
La Navegación en el Nuevo Testamento
En los Evangelios hallamos frecuentes referencias a las barcas de pesca del → Mar de Galilea. Eran suficientemente grandes para acomodar al Maestro y sus doce discípulos a la vez, pero una carga excesiva de peces podía ponerlas en peligro de hundirse (Lucas 5:7). Los pescadores impulsaban a remo sus barcas (Juan 6:19), pero en ocasiones utilizaban también la vela.
Viajando en los barcos costeros del este del Mediterráneo, el apóstol Pablo sufrió naufragio por lo menos cuatro veces (2 Corintios 11:25; Hechos 27:39–44), lo cual subraya los riesgos de las rutas marítimas. El segundo barco de su viaje a Roma, cuando lo llevaban prisionero, era una «nave alejandrina» (Hechos 27:6), dedicada a transportar trigo desde Egipto a Roma.
De la gráfica narración de Lucas se deducen detalles de estas grandes naves; el número de personas, 276 entre tripulantes y pasajeros, indica un tamaño mediano, pues había mayores. Tal nave sería un tipo perfeccionado de la fenicia de hacía siglos, ya descrita, pero dispondría de trinquete y vela de foque para facilitar las maniobras.
Uso Figurado de «Nave»
Por no ser marítimo el pueblo hebreo, sus escritores hacen poco uso de las figuras relacionadas con el mar y las naves. Además de las figuras incluidas en la sección Los hebreos y la navegación, la inestabilidad del borracho también se compara con la de las personas embarcadas (Proverbios 23:31–34).
En Hebreos 6:18ss la esperanza cristiana es como «ancla del alma» y en Santiago 3:4 la lengua resulta ser más ingobernable que las grandes naves, pues estas obedecen al timón. Apocalipsis 18:12–18 hace eco de Ezequiel 27, pero en este pasaje los mercaderes y marineros lamentan el fin de Babilonia.
Bibliografía:
EBDM, «Navegación», col. 456–463.