Perdón. Doctrina distintiva del cristianismo y expresión de una experiencia espiritual. Presupone tres cosas: (1) que el hombre ha pecado; es decir, ha infringido la → ley divina (→ pecado); (2) que ha reconocido su falta y está arrepentido (Mc 1:4 → arrepentimiento) y (3) que Dios, en su amor y en su gracia, ha remitido la culpa y ha puesto el medio para que el hombre reciba el perdón. El perdón viene a ser, entonces, la fuerza poderosa que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con Dios.
La idea básica del perdón, cuando se usa en relación con el pecado, es la de cancelar una deuda; quitar la barrera y efectuar la → reconciliación; erradicar el pecado. Sin el perdón, que solo Dios puede conceder, el hombre está irremisiblemente condenado a la perdición eterna. Por eso, el mensaje del perdón es una maravillosa esperanza de vida.
En la Biblia el perdón aparece asociado con la doctrina de la → expiación; esto es, la necesidad del sacrificio para vindicar la → justicia ofendida de Dios (por ejemplo, Lv 17:11). La muerte de Cristo en la cruz es la garantía divina del perdón. «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Ef 1:7).
La Biblia afirma ampliamente que es Dios el que perdona (Neh 9:17; Dn 9:9). El rey David se arrepintió de su pecado, lo confesó a Dios y fue perdonado (Salmos 32 y 51). El perdón de Dios incluye el no acordarse más del pecado (Jer 31:34), y el sepultarlo «en lo profundo del mar» (Miq 7:19). El Nuevo Testamento declara la autoridad de Cristo para perdonar: «Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…» (Mc 2:10; cf. Hch 13:38).
Los cristianos deben imitar a Dios, perdonándose unos a otros (Ef 4:32). Por eso también se deben confesar las faltas entre sí (Stg 5:16). Todos los pecados pueden ser perdonados menos uno: la blasfemia contra el → Espíritu Santo (Mt 12:31, 32 //). Pero no se nos dice cuál sea esta blasfemia. Es de entenderse, sin embargo, que el pecado imperdonable es el de la incredulidad, cuando el hombre obstinadamente rechaza el testimonio que el Espíritu Santo le da de Jesucristo como el Salvador del alma. La incredulidad cierra la puerta del perdón.
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