Revelación

Revelación: (en griego, apocalypsis, o sea, acción y efecto de correr el velo que encubría lo desconocido). En la Biblia se usa casi exclusivamente en relación con Dios, de modo que se convierte en un término teológico. Solo Dios mismo puede revelarnos los → misterios de su ser y de sus obras (Dt 29.29Am 3.7Jn 1.181 Ti 6.16), y toda búsqueda independiente de conocimiento acerca de Él está destinada al fracaso (Jer 23.281 Co 1.21). Por tanto, es menester que Dios tome la iniciativa en su diálogo con el hombre (Gn 1.28ss3.8ss).

En el Antiguo Testamento:
Cómo revela Dios:
Dada la capacidad limitada del hombre, la revelación le llega paulatina y progresivamente. Pero en ninguna otra parte se nota tan categóricamente como en la Biblia la realidad de la revelación, no tanto en la forma de impartimiento de conocimientos sobrenaturales o predicción detallada del futuro (aunque aparecen estos fenómenos), como en la forma de hechos históricos.

Este concepto de una revelación histórica sitúa a la fe bíblica en un lugar singular entre las religiones. La revelación es un hecho perceptible; sus intermediarios (que son muchos y no un prócer único, como es el caso del Corán) son conocidos y sus palabras se han conservado, ora directamente, ora en una → tradición bien fundamentada. Durante cerca de veinte siglos se desarrolló la revelación antes de alcanzar su plenitud en la persona de Jesucristo, revelador por excelencia.

Antes de tratar la revelación histórica, consideremos dos cuestiones preliminares:

1. ¿Habla Dios mediante la naturaleza? Los filósofos → estoicos creían que sí, opinión que comparten el judío alejandrino Filón y el capítulo 13 de Sabiduría (→ apócrifos del Antiguo Testamento). Pero los autores bíblicos, imbuidos del concepto de la → creación, contemplan la naturaleza con admiración sin sentirse objeto de la revelación divina, salvo en un sentido limitado.

Las señales de Dios que nos rodean (la nube, el fuego, la tormenta, la brisa apacible y suave) pueden también ser leídos equivocadamente (Sabiduría 13.1ss). En el contexto de la fe judeocristiana, los pasajes que parecen enseñar una «revelación natural» (Salmos 1929104Ro 1.19ss) solo afirman su posibilidad subjetiva; el hombre ya no tiene condición subjetiva para recibirla claramente (→ pecado), de modo que aun el creyente necesita la «revelación especial».

2. ¿Habla Dios mediante técnicas arcaicas de consultas a la deidad? Los pueblos del Oriente Medio usaban → adivinación, astrología (→ astrólogo), presagios, suertes y otras técnicas para tratar de penetrar los secretos de su existencia. Creían que los → sueños revelaban misteriosamente el futuro. El pueblo escogido también conservó por mucho tiempo algo de estas creencias, aunque purificadas de sus implicaciones politeístas y mágicas (→ magia, Lv 19.26Dt 18.10s1 S 15.2328.3).

En efecto, Dios condescendió con la inmadurez de su pueblo y por estos canales tradicionales reveló en muchas ocasiones su voluntad (por ejemplo, → urim y tumin). Pero esencialmente la revelación se realiza en los hechos de Dios en la historia.

El dato fundamental de la fe del Antiguo Testamento es la liberación de Israel de su esclavitud en Egipto (Éx 19.420.2Salmos 81.10Am 2.10Os 11.1); por este hecho Dios se dio a conocer (Éx 6.7). Asimismo todas sus obras lo revelan (Dt 3.2411.2–7), y el credo de Israel consiste en un resumen de sus actos portentosos más sobresalientes. De ahí que los libros del Antiguo Testamento que nosotros llamamos «históricos» fueran llamados por los rabinos «los profetas anteriores».

Sin embargo, los actos divinos no alcanzaron a menudo su propósito revelador, debido a la ceguera del pueblo escogido (Is 1.2s). Por consiguiente, Dios levantó a los → profetas para ser sus portavoces y para interpretar sus obras, tanto antes como después de un suceso específico (2 R 17.13Jer 7.25Am 3.7Os 6.512.10).

La → palabra de Dios que comunicaron, sin embargo, no es una verdad abstracta; es el aspecto lingüístico de la obra divina, una transacción muy personal. Sea por → visiones o sea por la audición de la palabra divina, la revelación que reciben los profetas se expresa en símbolos, a veces bastante enigmáticos.

Las teofanías, esas grandes manifestaciones de la majestad divina (Éx 19.1633.12–23), y las angelofanías (→ ángel del Señor) no ocupan un lugar muy prominente o independiente. Son acompañantes de la revelación, que en sí es un diálogo. Es decir, Dios habla al entendimiento humano y procura provocar una respuesta comprensiva (Is 6.1–13).

En su gracia, elige dirigirse a los hombres, no como uno que es radicalmente diferente del hombre sino por medio de uno «de tus hermanos, como yo [Moisés]» (Dt 18.15; cf. 30.14Ro 10.8). A la par de los profetas actúan los sabios (→ sabiduría), cuya reflexión humana es al mismo tiempo una revelación (Pr 2.1–58.12–2132–369.1–6), y los autores apocalípticos (→ apocalipsis), quienes dicen ser herederos de la tradición tanto sapiencial (Dn 2.235.1114) como profética (Dn 4.5s155.1114).

La consagración por escrito de estas tradiciones (Pentateuco, profetas anteriores y posteriores, literatura sapiencial y apocalíptica) condujo al → canon del Antiguo Testamento. De modo que el que hoy busca la revelación divina está obligado a buscarla en la → Biblia.

Lo que Dios revela
El propósito de la revelación no es satisfacer la curiosidad humana acerca de la cosmología, la metafísica o el futuro, sino comunicar los designios divinos y hasta el carácter de Dios mismo. Los designios incluyen normas de conducta (→ ley), y ciertas instituciones sociales (Nm 11.16s), políticas (1 S 9.17) y religiosas (Éx 25.40). Además, Dios revela el significado de los acontecimientos vividos por su pueblo, interpretándolos como oportunidades de salvación dentro de un plan establecido.

Según este plan, se revela progresivamente el secreto de los «últimos tiempos», el cumplimiento de la promesa divina. Dios comunica ciertas verdades acerca de su persona. La creación nos rodea de señales de su poder; los hechos históricos también enseñan que Dios es temible pero que a la vez consuela, libera y cura (Éx 34.6s). A estas pruebas el hombre ha de responder con fe, temor y amor.

Pero, ¿revela Dios en el Antiguo Testamento el secreto íntimo de su ser? Su → rostro no se ve nunca (Éx 33.20) y su → gloria solamente se prefigura con símbolos (1 R 22.19Is 6.1ss). Aun las apariciones del ángel del Señor y la revelación del nombre divino solo apuntan hacia una futura revelación suprema.

En el Nuevo Testamento
La consumación de la revelación se concentra en → Jesucristo, quien es a la vez su autor y su objeto (Heb 1.1s12.2).

Las figuras y la → tipología del Antiguo Testamento hallan su cumplimiento en los acontecimientos de la vida de Jesús, y sobre todo en su muerte y resurrección. Esta manifestación del → cordero, de una vez por todas (Heb 9.261 P 1.20), revela la gracia de Dios (2 Ti 1.910) en un → misterio, porque Él es el → Verbo cuya encarnación inicia los «últimos tiempos».
Sin embargo, los hechos de la vida de Jesús, incluso sus → milagros, resultarían incomprensibles si el Maestro no definiera con palabras el sentido exacto que encierran.

Su doctrina, tal como la hallamos por ejemplo en el Sermón del Monte y en las parábolas, es una revelación acerca del → reino de los cielos. También revela mucho acerca de su persona: Él es → Hijo de Dios e → Hijo del Hombre, → Mesías y → Siervo de Jehová. Los discípulos, algunos de los cuales fueron comisionados como apóstoles, presenciaron esta revelación para luego servir de testigos.

Los predicadores del evangelio, autenticados por Jesucristo (Lc 10.16Jn 20.21) y fortalecidos por el Espíritu Santo, llevan la revelación al mundo entero. Así lo hará la iglesia hasta el fin de los tiempos. Al hacerlo, la generación apostólica fue descubriendo el significado total de las → Escrituras y de la vida y palabras de Jesucristo, y finalmente escribió Epístolas y Evangelios para dar forma fija a esta → tradición.

Aunque lo esencial de la revelación estuvo completo con el cierre del canon, la dirección del → Paracleto es prometida para siempre (Jn 14.16) y los dones espirituales siguen en pie (→ lenguas; profeta), lo cual asegura una revelación continua. Al mismo tiempo, toda «nueva revelación» que no quiera incurrir en la herejía se conformará necesariamente a las Escrituras y solo las suplementará en forma secundaria (cf. 1 Jn 4.1ss).

Esta época en que nos relacionamos con Dios mediante Cristo por fe es solamente provisional. Apunta hacia una consumación final cuya naturaleza nos es difícil concebir (1 Co 13.12): la → segunda venida de Cristo (Col 3.4). Cuando el Nuevo Testamento habla de la revelación o la «aparición de Jesucristo», es a ese acontecimiento futuro a que se refiere (2 Ts 1.71 P 1.713). Y el título del último libro de la Biblia, Apocalipsis, sugiere lo dramático de los conflictos que acompañan esa última revelación y lo magnífico de la Jerusalén que desciende de Dios.

Bibliografía:
VTB, pp. 695–702. EBDM, VI. col. 199–216. P. van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento, Fax, Madrid, 1969, pp. 189–293.

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