La historia del profeta Jonás es de las más maravillosas de la Biblia, Dios y su trato con sus siervos.
Jonás va de la desobediencia a la obediencia, de la alegría al enojo, de la ignorancia a la revelación del corazón de Dios.
JONAS 1:1—4. Entristece pensar cuánto pecado se comete en las grandes ciudades. Su maldad, como la de Nínive, es afrenta franca y directa a Dios.
Jonás debe irse de inmediato a Nínive, y ahí en terreno, clamar contra la maldad de ellos. —Jonás no quiere ir. Probablemente haya unos cuantos entre nosotros que no hubiesen tratado de declinar tal misión.
La providencia parece darle una oportunidad para escapar; nosotros podemos salirnos del camino del deber y hasta encontrar viento a favor.
El camino fácil no siempre es el camino recto. Véase lo que son los mejores hombres cuando Dios los deja librados a sí mismos; y la necesidad que tenemos, cuando nos llega la palabra del Sen?or, de tener al Espíritu del Sen?or para que lleve cautivo cada pensamiento nuestro a la obediencia a Cristo.
JONAS 3:1—4. Dios vuelve a emplear a Jonás a su Servicio. Que nos use indica que está en paz con nosotros. —Jonás fue desobediente. No trató de eludir la orden ni rehusó obedecerla. Véase aquí la naturaleza del arrepentimiento; es nuestro cambio de idea y conducta y el regreso a nuestra obra y deber.
También, el beneficio de la aflicción; lleva de regreso a su lugar a los que habían desertado. Véase el poder de la gracia divina, porque la aflicción, por sí misma, más bien alejaría de Dios a los hombres antes que acercarlos. Los siervos de Dios deben ir donde él los mande, ir cuando los llame, y hacer lo que les ordene; debemos hacer lo que manda la palabra de Dios. —Jonás cumplió su diligencia fiel y directamente.
No es seguro que Jonás haya dicho más para mostrar la ira de Dios contra ellos o si sólo repitió esas palabras una y otra vez, pero este era el propósito de su mensaje. Cuarenta días es mucho tiempo para que el justo Dios demore juicios, pero es poco tiempo para que un pueblo impío se arrepienta y se reforme.
¿No debiera despertarnos para alistarnos para la muerte la consideración de que no podemos estar tan seguros de vivir cuarenta días, como entonces lo estuvo Nínive de durar cuarenta días? Debiera alarmarnos si tuviéramos la seguridad de no vivir un mes, pero somos negligentes aunque no estamos seguros de vivir ni siquiera un día.