¿Estás desalentado, o consagrado?
Jesús le dijo: Aun te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y repártelo entre los pobres, …y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste,
porque era sumamente rico. (Lucas 18:22-23)
¿Has escuchado alguna vez al Maestro diciéndote algo extremadamente difícil? Si no es así, dudo que le hayas oído. Jesús nos dice muchas cosas que escuchamos, pero que en realidad no oímos. Y cuando le oímos, sus Palabras nos suenan duras e inflexibles.
Jesús no mostró ningún interés en que aquel joven rico cumpliese lo que le había dicho, ni tampoco hizo intento alguno por retenerlo. Sencillamente, le dijo: «Vende todo lo que tienes… y ven, sígueme.» El Señor no le insistió; nunca trató de seducirlo, sencillamente le habló con las palabras más duras que hayan oído los oídos humanos, y luego simplemente esperó.
El joven rico comprendió lo que Jesús le dijo. Lo oyó con toda claridad, dándose cuenta del pleno impacto de su significado, y esto quebrantó su corazón.
¿Me ha dicho Jesús alguna vez algo difícil e inflexible? ¿Me ha comunicado a mí personalmente algo a lo que he prestado oído de manera deliberada, no algo genérico que afectara también a los demás, sino algo que me ha querido comunicar a mí personalmente? El joven rico comprendió lo que Jesús le dijo. Lo oyó con toda claridad, dándose cuenta del pleno impacto de su significado, y esto quebrantó su corazón.
No se fue con actitud desafiante, sino entristecido y desalentado. Había acudido a Jesús encendido de celo y decisión, pero las palabras de Jesús le dejaron helado.
En lugar de producir devoción hacia Él, acarrearon un desaliento que le partió el corazón. Y Jesús no fue tras él, sino que lo dejó marchar. Nuestro Señor sabe perfectamente bien que cuando Su voz es oída verdaderamente, traerá fruto, más tarde o más temprano.
Lo terrible es que algunos de nosotros impedimos que Sus palabras den fruto en nuestra vida presente. Me pregunto qué diremos cuando finalmente decidamos consagrarnos a Él en aquel punto particular. Una cosa sí es cierta: nunca nos restregará por la cara nuestros fracasos pasados.