
Razones para Aspirar a una Vida bien Fundamentada
Alguien describió una vez la vida cristiana como la situación en la que se «enfrenta la tormenta, se está en ella, o se sale de ella». Así, la primera razón para procurar una vida bien construida es que, cualquiera sea la frecuencia, las tormentas son inevitables. Van a ocurrir ineludiblemente. Jesús no dijo: «llueve»; «se producen inundaciones»; «soplan vientos». Dijo: «Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos».
Hay tormentas inevitables que se meten en nuestro matrimonio, en nuestras finanzas; tormentas que caen sobre nosotros produciendo desaliento; tormentas que nos inundan de enfermedades y males físicos. Abarcan todos los aspectos de la vida, pero lo cierto es que llegan.
No importa que hayamos edificado nuestra vida sobre la roca o sobre la arena, las tormentas alcanzan a todos por igual. Los vientos van a soplar las vidas edificadas sobre la roca como también las que han sido fundadas sobre la arena.
Las lluvias torrenciales inundan a ambas clases de edificaciones. No es cuestión de saber si vamos a tener tormentas en la vida o no. El asunto está en saber cómo estamos edificando nuestra vida, y si sobreviviremos y aguantaremos las tormentas cuando vengan.
Las tormentas no esperan hasta que lleguemos a los sesenta años de edad; nos golpean en la juventud; nos golpean en la edad mediana; nos golpean en años posteriores. Llegan en todas las etapas de la vida.
Las tormentas no sólo son inevitables; son incontrolables. No podemos controlar las lluvias torrenciales que caen a cántaros. No podemos dominar las inundaciones. Varias veces por año vemos en la televisión casas que son arrastradas por las aguas, edificios que se vienen abajo, laderas de montañas que se desplazan por causa de las inundaciones.
No podemos controlar el paso del viento. Jesús dijo a Nicodemo: «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va» (Juan 3.8). Enfrentamos muchas situaciones y circunstancias sobre las que no tenemos ningún control. Alguna otra persona toma las decisiones; ocurre algo que está por completo fuera de nuestro control. El que nos derrumbemos o nos sostengamos dependerá de la forma en que hayamos edificado nuestra vida.
Cuando edificamos nuestra casa deberíamos considerar no sólo lo inevitable que son las tormentas sino también lo indestructible que resulta una casa bien fundamentada. Cuando pensamos en una vida bien construida, tenemos que pensar primero en el cimiento, que lo constituye la roca eterna de Jesucristo.
En 1 Corintios 10, Pablo, refiriéndose a aquellos santos del antiguo testamento que salían de la esclavitud egipcia y atravesaban el Mar Rojo, dijo: «Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo» (v. 4). Simplemente identificó a la roca con Cristo.
Cantamos que «mi esperanza está fundada nada menos que en la sangre y la justicia de Jesús»; que «en Cristo, la sólida roca, estoy; todo otro fundamento es arena movediza». Cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal Dios nos cimentó sobre la Roca, la inconmovible Roca eterna.
Segundo, una vida bien construida está compuesta de materiales resistentes y duraderos. Dice la Biblia en Isaías 40.8: «Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre». Los materiales de la Palabra de Dios constituyen nuestros imperecederos materiales de construcción.
Dios se propone que construyamos nuestra vida sobre los principios de las Escrituras. Deberíamos dejarnos gobernar, dominar, apuntalar y dirigir por los principios de las Escrituras. La Palabra viva de Dios debería predominar en todos los aspectos de nuestra vida. La vida bien edificada está constituida por materiales que son eternos, porque no somos únicamente seres físicos sino también seres espirituales. Por lo tanto, la sustancia que conforma nuestra vida tiene que ser espiritual.
Todos los días nuestros pensamientos y nuestras acciones construyen una vida, sea para bien o para mal. A fin de que dure debemos edificar sobre la roca eterna, construida con la sustancia eterna de la Palabra de Dios para un hogar eterno. Jesús nos dice en Juan 14.2,3: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis». Estamos edificando para un hogar eterno; nuestra vida se construye con un propósito eterno.
En Efesios 2.6,7 Pablo dijo: «Y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús».
Dios nos salvó a fin de que por toda la eternidad pudiese lucirnos en el cielo, mostrando la inigualable gracia que prodigó sobre nosotros cuando éramos inmerecidos pecadores. Nosotros somos los trofeos del Señor Jesucristo. Estamos construyendo vidas que tienen un propósito eterno, cual es el de glorificar, irradiar y reflejar a Dios eternamente. Esta construcción es una tarea del día presente.
Estamos incorporando a nuestra vida en la actualidad la medida en que hemos de glorificar a Dios. En 1 Corintios 10.15 se revela que nuestra vida terrenal es un proyecto arquitectónico que determina nuestra recompensa celestial. Una de las cosas más tontas que puede decir una persona es esta: «Voy a vivir el presente como me plazca. Cambiaré mañana y luego entregaré el resto de mi vida a Dios». El joven que dice: «Voy a disfrutar la vida ahora y más tarde, se la daré a Dios», cae de cabeza en el lazo del diablo. Satanás sabe que el fundamento de la vida tiene que ser el correcto.
Las tormentas son inevitables, son ineludibles, van a venir de todos modos. Pero cuando edificamos nuestra vida sobre la roca eterna, con materiales eternos, para un hogar eterno, con un propósito eterno a la vista, para un vivir eterno, dice la Biblia que somos «prudentes» (Mateo 7.24).
Una tercera razón para edificar bien nuestra casa es evitar las ineludibles consecuencias que arrojan las casas mal construidas. Jesús dijo que el que decidió edificar su casa sobre la arena perdió todo cuando vino la tormenta.
Las mismas lluvias, inundaciones y vientos que arremetieron contra la casa sobre la roca golpearon la suya, pero su casa se vino al suelo. La vida que está mal edificada deja a un lado a Cristo y no aplica la Palabra de Dios para nada. Esta es la vida del hombre que oye la Palabra pero la ignora, la rechaza y se niega a aceptarla.
Es por ello que es peligroso concurrir a la iglesia. Sería difícil medir cuántas verdades han entrado por nuestros oídos en toda una vida. Lo que es más importante, con todo, es cuántas de esas verdades hemos llevado a la práctica.
Jesús no pudo haberlo dicho de un modo más sencillo. Dijo que si somos sensatos hemos de escuchar la Palabra de Dios en forma agresiva, y hemos de actuar de acuerdo con lo que oímos. Si queremos pasar por tontos, vamos a oír la voz de Dios e ignorarla, rechazarla o tratar de olvidarla.
Pero cuando la tormenta nos golpea por todos lados, descendiendo como lluvia desde lo alto, elevándose a nuestro alrededor como una inundación, rodeándonos completamente, entonces experimentaremos la satisfacción de haber edificado vidas que escuchan y obedecen a Dios. Sobreviviremos y perduraremos, por grandes que sean las tormentas de la vida.