Honrar la Vida

Honrar la vida es reconocer en lo cotidiano la mano milagrosa de Dios

Honrar la vida es reconocer su valor sagrado en cada detalle: desde el aire que respiramos hasta las personas que nos rodean. Es agradecer lo que tenemos antes de exigir más. 

Durante los últimos 30 o 35 años, he tenido la bendición de viajar a muchos países y aprender que cada lugar tiene su propio acervo cultural: tradiciones, comidas y formas de mostrar honra. Incluso, uno puede deshonrar sin querer por desconocimiento.

Ejemplos:

  • Corea del Sur: Al conocer a alguien, es apropiado inclinarse levemente (no exageradamente). La profundidad de la inclinación varía según el estatus o la edad de la persona. Dar la mano o besar (como en Argentina) se considera invasivo.
  • India, Turquía y Medio Oriente: Eructar después de comer es señal de gratitud hacia el anfitrión.
  • Culturas orientales: Quitarse los zapatos al entrar a una casa simboliza dejar las impurezas afuera y respetar la pureza del hogar.
  • Respeto a los mayores: En Corea, por ejemplo, los jóvenes bajan la mirada ante los mayores durante un regaño, evitando confrontación.

La honra en la cultura hispana: ¿Dónde quedó?

En contraste, los hispanos (sean mexicanos, argentinos o colombianos) no hemos desarrollado gestos culturales únicos para mostrar honra. Nuestra cultura occidental, al igual que la anglosajona, tiende a trivializar estas expresiones.

Definición clave:

  • Honrar (en griego) significa asignar valor, respetar, apreciar.
  • Deshonrar es tratar a alguien como común, vil u ordinario.

Yo estoy convencido de que la razón por la cual nuestra cultura es conocida como lugar de deshonra es que nosotros hemos deshonrado a Dios.

Por eso nos conocen casi en todo el mundo como que somos una cultura que no honramos, no sabemos honrar. Especialmente los coreanos, los japoneses se sorprenden. En Oriente, en la India, se sorprenden que nosotros no honramos ni a los viejos ni honramos la autoridad.

Nuestra cultura tiende a tratar a Dios como alguien común. De ahí para abajo, ¿qué vamos a rascar un ser humano? De hecho, Isaías 29:13 describe: “Pues el Señor dice: Este pueblo se acerca a mí con su boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí”. Qué duro. “Con sus labios dice que me honra, pero su corazón no me honra”, dice Dios.

Entonces, ¿qué bendiciones estamos dando por sentado? ¿Qué bendiciones damos por comunes? Nuestra vida. ¿Tiene que venir otra pandemia para que digamos: “Uy, Señor, qué privilegio seguir respirando”? La salud, el trabajo, nuestra familia.

¿De verdad necesitamos que el médico encuentre un lunar sospechoso, un bulto en el seno que no estaba antes, para decir: “Uy, no, yo quiero vivir, quiero conocer mis nietos”? ¿Hace falta llegar al límite, ser hijos del rigor, para recuperar el don de la gratitud?

La honra como elección, no como mérito

La honra no depende de si la persona “lo merece”. El respeto se gana; la honra se da. Es un reflejo de quiénes somos, no de quién la recibe.

Ejemplo personal:

  • A los 6 años, mi madre me regaló un auto de colección (1974) por quedarme solo en casa durante su quimioterapia. Ese objeto, más allá de su valor material, representa el día que aprendí la soledad y la hombría. Lo guardo como un tesoro, no por su precio, sino por el valor que ella le asignó.

La crisis de la gratitud en la modernidad

Hoy, criamos hijos con mentalidad de “nada es suficiente”, matando el don de la gratitud.

Situaciones cotidianas:

  • Niños que hacen berrinches por juguetes (como el caso del niño en el centro comercial que gritaba por una consola).
  • Adultos que exigen privilegios sin aprecio (ej.: maltratar a un mesero o quejarse de un retraso mínimo).
  • La cultura del “merecimiento”: creer que el mundo nos debe algo bueno y culpar a Dios/Destino de lo malo.

La honra ha sido casi quitada por completo de nuestra cultura. Yo sé que alguien podría pensar: “Bueno, es que tampoco yo voy a andar honrando hoy a una persona que no se lo merece, porque no todos son honorables”.

Pero la honra no funciona así. Eso es confundir la honra con el respeto. No podemos confundir la honra con el respeto. El respeto se gana. En eso estoy de acuerdo. El respeto se gana. Nadie va a tener mi respeto si no me respeta primero. Pero la honra se da. El respeto se gana, y la honra se ofrenda, se da. Es una distinción crucial. Lo diré otra vez: el respeto se gana; la honra se da.

La honra habla más de quien la da que de quien la recibe. La honra siempre habla de quien la da. Yo honro porque me gusta honrar, porque de ahí vengo, y eso no va a cambiar.

Entonces, si voy a un restaurante, no necesito ser rico para dejar una propina. Y yo le enseño esto siempre a mis hijos: cuando vayan a un sitio, y especialmente hayan invitado gente a comer, asegúrense de que el camarero que atiende su mesa reciba la honra antes de servir.

Consecuencias de la deshonra

  • Isaías 29:13: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
  • Marcos 6:4: Jesús no pudo hacer milagros en su tierra natal porque no lo honraron.
  • La deshonra nos excluye de lo milagroso y nos sumerge en lo ordinario.

Recuperar la perspectiva.

Honrar la vida comienza con el ejercicio de la gratitud:

  • Valorar lo básico: agua corriente, electricidad, un techo (mientras millones carecen de ello).
  • Agradecer antes de recibir (como dar propina al mesero al inicio de la comida).

A mí, una de las cosas que más me fascinan de volar, de subir un avión, es que cuando hay tormentas y se ven todas las nubes negras, el avión siempre se eleva por encima de las nubes.

Y a veces ha despegado en medio de una tormenta feroz, e inmediatamente, al ratito, a altura crucero, un sol, y abajo sí se ven las nubes negras. Son las mismas nubes que debajo se ven negras, pero ahora mi perspectiva es diferente, porque las tormentas se ven diferentes desde arriba.

Y Colosenses 3:1 dice: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.

Entonces, poner la mirada en las cosas de arriba no es vivir tan espiritual hoy de que no me conecto con el resto de los humanos. Es, en vez de mirar las nubes desde abajo, mirar desde la perspectiva de Dios. Como alguien dijo: “Si uno logra ver las cosas desde el punto de vista de Dios, la reacción natural que vamos a tener, el acto reflejo, va a ser la honra y el agradecimiento”.

Si uno logra verlo como lo mira Dios, vamos a honrar y agradecer. Aquellos que dicen: “Yo no sé cómo adorar”, es porque no tienen el don del agradecimiento. Por eso no hay de qué adorar. La gratitud y la honra matan el orgullo. Lo liquidan. La gratitud y la honra es veneno para el orgullo. Mata la autosuficiencia.

Honrar la Vida:
La honra eleva; la deshonra derriba. Si queremos ver milagros, empecemos por honrar a Dios y a los demás, no por sus méritos, sino por nuestra capacidad de ser agradecidos.

Honrar la vida es ver lo extraordinario en lo ordinario y tratar a los demás —y a nosotros mismos— con la dignidad que merece la simple pero profunda condición de estar vivos. Cuando honramos la vida, dejamos de malgastarla en quejas y la convertimos en un acto consciente de gratitud, respeto y asombro.

Dante Gebel
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