A través de la historia del mundo los hombres han luchado por la subsistencia, la satisfacción del hambre ha dado paso a conflictos que enaltecen los pueblos, no podemos desconocer que, a pesar de la evolución en todos los órdenes que ha experimentado la humanidad, aún permanece el problema angustioso del hambre consumiendo a más de la mitad de los habitantes del globo.
Sin embargo, Jesús no estaba haciendo referencia al hambre físico, por más que se especule es inútil pretender que hay felicidad en el hambre, las palabras de Jesús estaban dirigidas al centro mismo de las emociones del espíritu, porque sí hay bienaventuranza en el tener sed y hambre de Dios.
El hombre fue creado a su imagen y en consecuencia es un síntoma saludable que su ser tenga ansias de algo superior. Las algarrobas del placer no pueden mitigar el hambre de un espíritu que anhela satisfacción completa. Solo Dios puede satisfacer todas nuestras demandas y darnos una vida de abundancia y plenitud.
El doctor Billy Graham, tratando el punto en cuestión, cita la experiencia de un niño en el orfanato, a quién una familia quería adoptar. En la entrevista que tuvieron con el pequeño le contaron con términos halagüeños, de las muchas cosas que le podían ofrecer, a lo que para asombro de ellos el muchacho contestó:
“Si ustedes no tienen otra cosa que ofrecerme que el buen hogar, ropas, juguetes y otras cosas que la mayoría de los otros niños poseen, prefiero quedarme donde estoy”. ¿Y qué más quisieras además de esas cosas? ---preguntó la señora--- “SOLO DESEO QUE ME QUIERAN”, respondió el pequeño.
¡Qué hermosa lección!, aunque niño sabía que no solo de pan vivirá el hombre. Hay cosas trascendentes que son necesarias para ser feliz, Jesús lo sabía y por eso hace dos mil años dijo a quienes lo rodeaban: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia”. El hombre indiferente, superficial, acomodaticio puede sonreír, pero jamás conocerá el secreto espiritual de una felicidad genuina.
Sólo quienes buscan en Dios justicia experimentan la plenitud de dicha que proporciona al alma el saber que vivimos en conformidad del eterno, en comunión perfecta con quien nos hizo a su imagen.
La Biblia dice que el pecado es la muerte, todos hemos trasgredido las leyes de Dios, la justicia en su concepto absoluto a sido violada pero por la misericordia de su gracia mostró su amor para con nosotros dándonos a si Hijo Jesús para que El muriera en nuestro lugar, a fin de proporcionarnos: justificación y redención eterna.
Tu propia justicia no puede darte el cielo, necesitas vivir la bienaventuranza de tener abrasadora sed de la justicia de Dios, hambre de gustar la abundancia que la vida de Cristo nos brinda.
Si junto a la cruz admites el milagro de amor de que Jesús en el calvario nos justificó con su sacrificio, sentirás una felicidad que sacia tu ser de reivindicación. Cristo dijo: “El que bebiere del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed”.
El mundo te ofrece cisternas rotas, espejismos vacíos, fuentes sin agua. Dios ofrece saciar para siempre tu sed de justicia si acudes a la cruz de su amado Hijo para confesarle como tu redentor y Señor.
Y entonces así, aún en medió de un desierto donde el viento de la adversidad levantan los arenales que te lastiman, te sentirás feliz viviendo en tu experiencia las palabras inmortales que Jesús pronunció en la montaña: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados”.