El Don de la Gracia
No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. Gálatas 2:21
La gracia es un don. Dios da mayor gracia da gracia a los humildes (Santiago 4.6). De los cristianos se dice que son administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4.10). Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios se ha puesto a nuestra disposición.
No poseemos la gracia de Dios o controlamos su funcionamiento. Estamos sujetos a la gracia, nunca al revés. Pablo frecuentemente contrasta la gracia con la ley (Romanos 4.16; 5.20; 6.14–15; Gálatas 2.21; 5.4).
Pero tuvo cuidado de establecer que la gracia no anula las exigencias morales de la ley de Dios. Más bien, completa la justicia de la ley (Romanos 6.14–15). En cierto sentido, la gracia es la ley lo que son milagros a la naturaleza.
Se eleva por encima y logra lo que la ley no puede (Romanos 8.3). Sin embargo, no anula las justas demandas de la ley, sino que las confirma y valida (Romanos 3.31). La gracia tiene su propia ley, una superior, la ley liberadora: «Ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8.2; cp. Santiago 1.25).
Tenga en cuenta que esta nueva ley nos emancipa del pecado y de la muerte. Pablo fue explícito al respecto: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Romanos 6.1–2.
La gracia reina por la justicia (Romanos 5.21). Hay dos extremos que deben evitarse en el asunto de la gracia. Debemos tener cuidado de no anular la gracia mediante el legalismo (Gálatas 2.21) o corromperla mediante el libertinaje (Judas 4).