El Propósito de Dios
A todos me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos. (1 Corintios 9:22)
El obrero cristiano ha de aprender cómo ser un hombre o mujer de Dios aun estando rodeado de una multitud de cosas innobles. Nunca protestes diciendo: «¡Si al menos estuviese en algún otro lugar!» Todos los miembros del pueblo de Dios son personas normales que han sido hechas extraordinarias por el don y el propósito que Él les ha dado.
A menos que aceptemos este propósito correcto intelectualmente en nuestras mentes y de forma amorosa en nuestros corazones, nos desviaremos fácilmente de ser útiles a Dios. No somos obreros de Dios porque nosotros lo hayamos decidido. Muchos escogen deliberadamente ser obreros, pero no tienen en ellos el propósito de
la gracia soberana de Dios ni Su Palabra poderosa.
Todo el corazón, la mente y el alma de Pablo se concentraban en el gran propósito de lo que vino a hacer Jesucristo. Nunca perdió de vista este hecho singular. Hemos de confrontarnos continuamente con una realidad central: «...Jesucristo, y Él crucificado» (1 Corintios 2:2).
«Os elegí...» (Juan 15:16). Guarda estas palabras en tu teología como un recordatorio maravilloso. No es que tú hayas conseguido a Dios, sino que Él te ha conseguido a ti. Dios está obrando, doblando, rompiendo, moldeando y haciendo exactamente lo que Él decide. ¿Y por qué lo está haciendo? Lo está haciendo con un solo propósito: para poder decir: «Éste es Mi hombre, ésta es Mi mujer.»
Tenemos que situarnos en manos de Dios para que Él pueda poner a otros sobre la Roca, Jesucristo, así como nos ha puesto a nosotros. Nunca decidas ser un obrero, pero cuando Dios te haya cautivado,
¡ay de ti si «te apartas... ni a diestra ni a siniestra...»! (Deuteronomio 28:14). Él hará contigo lo que nunca hizo antes de que Su llamamiento viniese a ti. Hará contigo lo que no está haciendo con otras personas. Deja que sea Él quien actúe como mejor le parezca.