1 Corintios 2.15-16; Filipenses 4.8-9; Colosenses 1.12-18
Cuando decimos “El Reino de Dios está dentro de vosotros” ¿estamos hablando de una ficción o de una realidad teológica? En otras palabras, ¿estamos imponiendo nuestro punto de vista sobre la naturaleza o ese punto de vista se encuentra dentro de los propósitos de la naturaleza?
He mencionado el libro Let`s Be Normal (Seamos normales), del Doctor Fritz Künkel. ¿No es cierto que ese psicólogo descubrió, al estudiar la personalidad humana a la luz fría de la ciencia, que hay una norma escrita en nosotros y que apartarnos de esa norma es terminar en confusión y autofrustración?
¡Sí! El psicólogo escribirá “norma” con una “n”
minúscula; pero nosotros, que creemos que Dios es nuestro origen, la vamos a escribir con mayúscula: “Norma”. El Reino de Dios es nosotros es esa Norma. Apartarnos de ella es perdernos, frustrarnos.
El Doctor Fritz Künkel convendría en esto, porque su fe cristiana y sus conocimientos psicológicos lo colocan en nuestra posición: hay una Norma escrita en nosotros y apartarnos de esa Norma nos convierte en anormales y, por lo tanto, en frustrados.
El cristiano es la persona normal; los demás son anormales. Unos un poquito más, otros un poquito menos. Y no son solamente malos, sino insensatos, pues están tratando de vivir contra la Norma en un inútil esfuerzo.
La autoderrota y la autofrustración son inevitables. El pecado y el castigo son la misma cosa, porque el pecado es errar el blanco, apartarse de la Norma. El cáncer es un tejido anormal, por eso es cáncer. No es necesario castigar al cáncer porque es cáncer: con ser cáncer ya tiene su castigo, pues al fin y al cabo se destruye a si mismo igual que los demás tejidos del cuerpo. Su fin es la muerte
“La paga del pecado es muerte”; “la paga”, el resultado natural, la remuneración, es muerte, porque el pecado en sí mismo es muerte, alejamiento de la Norma. Está solo y se sostiene a sí mismo. No tiene raíces en la Realidad, por lo tanto tiende a parecer por falta de sostenimiento.
Oh mi Padre y mi Dios, heme aquí con temor ante tu bondad, Las huellas de tu planta están en donde quiera; están dentro de mi. Cuando miro hacia adentro, estoy en tierra santa, porque tu presencia se halla en la más leve llama de la emoción, en cada clamor que sale de lo profundo de mí ser. Soy tu templo. Permite que cuanto hay dentro de tu templo diga “¡Gloria!” Amén.
Tomado del libro: Vida en abundancia