Esta vez se trataba de un asunto militar. ¿Debían los dos reyes tratar de reconquistar la población de Ramot de Galaad, en la frontera con Siria?
Es evidente que ellos querían pelear (3-4). Y los profetas les dijeron que lo hicieran. Imaginemos la escena descrita en los versículos 6 y 10-12.
¡Cuatrocientos profetas tambaleándose, gritando, casi fuera de sí! ¡Un jefe con sus semimágicos cuernos de hierro que representaban la fortaleza de los reyes hebreos!
¿Sabrían éstos que estaban diciendo necedades? ¡Tal vez no pensaran demasiado en el problema! Traía mayor seguridad decirles a los reyes lo que ellos querían oír. Pero Micaías no hacía esto, y por lo tanto el rey de Israel lo aborrecía (8).
Desde luego, podemos decir que aquellos profetas eran un montón de charlatanes, sin valor alguno. Pero en lugar de sentirnos mejores que ellos preguntémonos: ¿cuándo fue la última vez que dije una media verdad por miedo?
¿Cuántas veces seré tentado hoy a decir, no la verdad, sino lo que la gente quiere que le diga?
Para pensar. ¿Debemos tratar de hacer más agradable una verdad desagradable?
Oración. Señor, te pido valentía para decir la verdad. Decírsela al abogado y al juez, al enfermo y al médico, al profesor y al alumno, al padre y a la madre, al esposo y a la esposa, al dirigente y al dirigido. Y para decírmela a mi mismo, Señor de la Verdad.