Esperanza y Gozo de los Escogidos (Cantares 2:8)
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Nombre precioso que la Iglesia antigua solía dar, en sus momentos más gozosos, al Ungido del Señor.
Cuando el tiempo de la canción de los pájaros había llegado y en el país de la amada se oyó la voz de la tórtola, su nota amorosa fue más dulce que la de ambas aves, mientras cantaba: «Mi amado es mío y yo soy suya; él apacienta entre lirios».
En su cantar llama por este delicioso nombre: de cantares siempre lo llama por este delicioso nombre: «Mi amado ». Aun en el largo invierno, cuando la idolatría había marchitado el jardín del Señor, sus profetas hallaron oportunidad para poner a un lado la carga de Dios, por poco tiempo, y decir como Isaías: «Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su Viña ».
Aunque los santos nunca habían visto su faz, aunque aún no había sido hecho carne, ni habitado entre nosotros, ni el hombre había contemplado su gloria, sin embargo Él era la consolación de Israel, la esperanza y el gozo de todos los escogidos, el «Amado » de todos los que son justos delante del Altísimo.
Nosotros, que estamos en los días estivales de la Iglesia, solemos también hablar de Cristo como el amado del alma, y sentir que Él es muy precioso, «señalado entre diez mil, todo Él codiciable ». Tan cierto es que la Iglesia ama a Jesús y lo reclama como su amado, que el apóstol osa desafiar al mundo a que separe a la Iglesia del amor de Cristo, y declara que ni persecuciones, ni angustia, ni tribulación, ni peligros, ni espada han podido hacerlo. Es más, Pablo dice gozoso: «En todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó ». ¡Oh, si conociésemos más de ti, precioso Señor!