Un amigo suyo, que no creía en el relato bíblico de la creación, pasó por su casa para hacer una visita. Al contemplar cómo Newton hacía mover a los pequeñitos planetas en sus órbitas, el hombre exclamó:
«¡Vaya, vaya! ¡Qué cosa tan exquisita! ¿Quién lo hizo?»
Sin levantar la vista, Newton contestó: «Nadie.»
«¿Nadie?» --preguntó el amigo.
«Así es. Estas bolas, dientes, correas y engranajes se juntaron coincidencialmente.
Y también fue una cuestión de suerte que comenzasen a girar en sus respectivas órbitas en un tiempo perfecto.
El incrédulo entendió el mensaje.
Era una necedad suponer que el modelo se había hecho solo.
Pero tenía mucho menos sentido aceptar la teoría de que la Tierra y el vasto universo existiesen por casualidad.
¡Cuánto más lógico es creer la Palabra de Dios!, la cual dice: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra»
(Génesis. 1:1).
La Biblia también declara: «Dice el necio en su corazón: no hay Dios»
(Sal. 14:1). Hasta la misma razón señala claramente al Dios de la creación
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos."
(Salmos 19:1)