"El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" San Juan 10:10
Jesús se presenta a sus discípulos como el buen pastor y como tal entra por la puerta de nuestros corazones y no en forma mañosa como un ladrón.
Él jamás va a introducirse en la vida de una persona sin que ésta lo autorice; Dios es muy respetuoso del libre albedrío que nos ha dado. El Buen Pastor es reconocido por el portero de la conciencia y le es permitido entrar en nosotros. Además conoce el nombre de cada uno, la esencia, el alma, los más profundos anhelos, la espiritualidad de cada ser humano; Él conoce a Sus ovejas y las llama por su nombre.
Dios identifica a cada ser humano, uno a uno. Quienes somos ovejas de su prado, también conocemos Su voz y le seguimos. Los rebeldes siguen otras voces. Como buen líder, el Buen Pastor va delante de Sus ovejas. Sin embargo huimos del extraño, del ladrón.
Antes que Cristo viniera a la tierra y se encarnara como ser humano, muchos habían venido, como siguen presentándose los falsos maestros y caudillos, para engañar al hombre. Aquellos son "ladrones y salteadores" del espíritu. Su único afán es enseñorearse de nuestras almas y utilizarnos para sus apetitos personales. Son instrumentos de aquel que desde un comienzo ha engañado al hombre y a la mujer; ha puesto dudas sobre la justicia, fidelidad y bondad de Dios y nos ha inducido a la desobediencia que sólo trae destrucción.
A tal, Jesús describe como ladrón. Nos dice "El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir", pues este ha sido siempre el comportamiento de Satanás: robar la imagen divina puesta en las criaturas, matar nuestro espíritu absorbiendo la vida y destruirnos moralmente en el pecado. Pero yo, dice Jesús, "he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". El ministerio de Jesucristo es exactamente al revés: Él ha venido para dar y devolver lo que el diablo nos robó, nos da la vida sobrenatural de Dios y nos edifica con Su Espíritu Santo.
¿Podremos nosotros, como el Maestro, decir también a los discípulos, yo he venido para que tengas vida, y para que la tengas en abundancia? Indudablemente sólo Jesucristo puede otorgar Su vida, pero como ministros suyos tenemos el privilegio y el deber de dar esa vida, así como Pedro en la puerta llamada la Hermosa, dijo al hombre cojo: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda" (Hechos 3:6). Los cristianos, principalmente los ministros y tutores, son representantes de Dios, "embajadores en nombre de Cristo" los llama San Pablo (2 Corintios 5:20), con la misión de reconciliar a los hombres con su Creador y Salvador.
Es misión de los seguidores de Jesús testificar de Su vida y anunciar "la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" (1 San Juan 1:2). ¿De qué forma se manifestó la vida a usted? Cuando recibió Su mensaje y creyó, cuando Él le salvó, cuando entró en usted Su Espíritu Santo, cuando Él le sanó de sus traumas y heridas, en fin cuando su Espíritu vivificante le ofreció esa vida sobrenatural (Romanos 8:2; 2 Corintios 3:6; 1 Corintios 15:45)
Así como "él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos"(1 San Juan 3:16). Otra cosa es poner o dar la vida por los demás. También es una manera de dar vida negarse a sí mismo y entregar amor al prójimo. Cuando usted se olvida de sus propios problemas para ayudar al prójimo, está poniendo su vida y ministrando la vida de Dios. Cuando deja de ser egocéntrico para ser Cristocéntrico y servir así a la Iglesia, entonces está comenzando a dar vida.
Nadie puede entregar lo que no tiene. Así pasa con la vida de Dios, nadie puede darla si no le ha sido entregada por Él. Por eso el apóstol Juan asegura "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 San Juan 5:12). Usted no puede dar vida a sus discípulos si no tiene al Hijo en usted.
Cuando un cristiano peca y no se arrepiente, ya sea por ignorancia o por rebeldía o por falta de madurez; su alma está en proceso de muerte, aunque no sin esperanza. Es deber de sus mayores en Cristo, conducirlo a una toma de conciencia, confesión de ese pecado a Dios y arrepentimiento o cambio de actitud; para vivificarle otra vez. La palabra de Dios promete que "Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida" (1 San Juan 5:16a).
En conclusión, cuando el Evangelio habla de vida se refiere a algo muy distinto a la vida biológica, la cual estaría más ligada al concepto de carne. Jesús es el Verbo de Dios y como tal transmite esa vida sobrenatural al que cree en Él. Todo cristiano debe hacer lo mismo: dar palabras de vida. Al contrario del diablo, que vino para hurtar, matar y destruir, Jesucristo nos restaura a la imagen primigenia, nos devuelve la vida y vivifica, y nos edifica, para que demos vida a otros.
"Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas"
(Juan 12:46)