Juan 11.17-37
Las tres afirmaciones que hace Marta en los versículos 21,22 y 24 son correctas, pero deficientes y limitadas. Muchos reconocen que hay poder en la oración pero jamás llegan a tener el poder de la oración.
Otros afirman que Jesús tiene mucho poder, pero nunca llegan a vestirse del poder del Señor para actuar en la vida.
Finalmente hay cristianos que creen en la resurrección futura, pero no se atreven a ir más allá y aplicar esa creencia, por ejemplo, cuando la muerte está muy cerca o cuando ha arrebatado a algún familiar o amigo íntimo. ¿Cómo se nos muestra Jesús en este pasaje?
Como Señor de la vida (25,26). Verdad es que esta declaración demanda fe. ¿Creemos que Jesús es hoy Señor de la vida y de la muerte? Si creemos esto ¿cómo se deja ver en nuestras actuaciones?
Jesús no sólo es el que da la vida, sino el que otorga esperanza a la vida; quien la inflama de valor y certidumbre en el ambiente de muerte que nos rodea.
Como el que llora (35). Los eruditos nos dicen que hay una diferencia entre el lloro del v. 33 y el del v 35. El primero es el lamento de las mujeres lloronas, pagadas especialmente para llorar.
El segundo, el lloro de Jesús, implica derramar lágrimas silenciosas y compasivas. Pero Jesús hizo más que eso: se “enfureció y se conturbó” profundamente y su ira fue contra los poderes malignos de la muerte que producían tal dolor a la humanidad.
Pronto él iría a derrotarlos resucitando a Lázaro y, definitivamente, al ser clavado en la cruz.
Para pensar: ¿Quién es este Jesús que se atreve a afirmar que los que creen en él no morirán eternamente?
Oración: Señor, ha muerto un amigo mío. Era una persona que pocos acogían porque era franco para la crítica directa, aunque sabía que dolía. Bendice el dolor de sus familiares y que estos despierten a una nueva manera de vivir.