A diferencia de las obras arquitectónicas de la modernidad, estas moles no son de concreto ni de ladrillo: sus componentes son hombres y mujeres que cada año se reúnen en Cataluña, España, para participar de este singular concurso.
La convocatoria reúne turistas de todo el mundo. Llegan con alegría y desbordan las calles como en un carnaval que se extiende por horas y horas con una vistosa conjunción de trajes de vivos y variados colores, serpentina, globos y sonrisas de los participantes, sin importar ni el idioma ni la clase social.
El castillo humano que este año batió todos los registros, tenía doce pisos y lo integraron cerca de trescientas personas.
Generalmente, cuando se desmoronan estos “casteles”, la caída es inevitable. Salvo contusiones en el cuerpo, nada ocurre a los participantes. En cien años sólo ha habido un deceso...
Apreciando las imágenes de televisión sobre el desarrollo del concurso, pensaba en la naturaleza humana. Nos acompaña la inclinación a permitir que la soberbia gobierne nuestra existencia conforme vamos creciendo espiritual, profesional o eclesialmente. Pareciera que la prosperidad --cualquiera que sea su manifestación-- nos perjudica. Es como si construyéramos un castillo que se eleva al cielo, y no estamos preparados para que las circunstancias cambien y debamos volver al comienzo de todo.
Quizás no sea así en su caso, pero puedo asegurarle que un alto porcentaje de las personas que le rodean incurren en este error...
Una persona humilde y sencilla crea puentes de diálogo con quienes le rodean. Constituyen la generación de hombres y mujeres cuya personalidad es atrayente. Los orgullosos y arrogantes --en cambio-- experimentan el rechazo. No crean las condiciones propias para que se les acerquen.
Dios ama la sencillez y no comparte una actitud altiva, como lo describe el salmista: “No hay lugar en tu presencia para los altivos,
pues aborreces a los malhechores.”(Salmos 5:5).
Es probable que, sin proponérselo, haya incurrido en la altivez. No lo reconoce porque nadie le había advertido sobre ese peligro. Pero usted puede cambiar. Basta que examine sus actitudes. Si descubre que el orgullo le domina, dispóngase a cambiar y pídale al Señor Jesucristo la fuerza necesaria. ¡Usted puede cambiar!¡Animo!¡Nunca es tarde para comenzar!.