La Frescura de la Unción | Reflexión Cristiana por Cesar Castellanos
“Es como el buen óleo sobre la cabeza...” (Salmos 133:2a).
Refiriéndose a la unción, el salmista dijo: “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía. Es como el buen aceite que se derrama sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras. Porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna”. (Salmos 133:1—2).
La unción de Dios siempre comienza de arriba hacia abajo, por eso se habla de sacerdocio, pues la unción comienza en el sacerdote; en este caso, Jesús es nuestro sumo sacerdote, y todo lo que sucedió en Su vida también nos alcanza a nosotros.
El Apóstol Pablo dijo que Jesús es la cabeza de la Iglesia y quienes hemos creído en Cristo somos el cuerpo de esa iglesia. La unción comenzó en la vida de Jesús, pero va descendiendo hacia cada uno de Sus hijos, y lo mismo que Él experimentó, es lo que nosotros debemos experimentar.
En la época de Moisés toda la responsabilidad ministerial estaba sobre sus hombros, hasta que un día su suegro Jetro lo visitó, y se dio cuenta de que Moisés necesitaba dirección y consejo, para que la responsabilidad ministerial fuese repartida, entonces le dijo: “Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez” (Éxodo 18:19-21).
De esta manera el trabajo fue más efectivo porque se realizó de una manera personalizada.
El ministerio de Jesús se desarrolló de manera inversa al de Moisés: el patriarca tuvo que ir de lo más a lo menos, y Jesús fue de lo menos a lo más. Jesús tomó doce hombres y los ganó para el reino de Dios, luego los consolidó, después los formó en la doctrina de la Palabra y, por último, los envió a ganar las naciones de la tierra.
Cuando somos discípulos de Jesús, no importa el nivel social que tengamos, ni los compromisos que estemos cumpliendo; todos podremos seguir en las mismas pisadas de los doce apóstoles: a través de nuestro líder o pastor, somos ganados para Jesús, luego debemos ser consolidados en nuestra fe, después debemos ser discipulados en su doctrina, para luego ser enviados a ganar a otros para Su Reino.
Sin embargo, para ser exitosos en la etapa del ganar es imprescindible ser hombres y mujeres de virtud, de verdad, temerosos de Dios y que aborrezcan la avaricia.