Efesios 4.11-16; Colosenses 3.10; Santiago 5.15-16; Levíticos 26.14-16
Ya hemos visto que Cristo es el dueño, ya sea que nosotros lo reconozcamos así o no. Esa confesión está siendo arrancada de los labios más reacios.
Un doctor me dijo: “Es más grande el número de gentes que sufren de úlceras en el estómago por causa de sus temores y preocupaciones que por causa de los rencores y la ira. Yo sufro de una úlcera gástrica. Era lo que se llama muy “enojón”.
Me he curado de eso porque ya se donde me lesiona la ira: en el estómago. Así pues, cuando alguien tiende a hacerme enojar, doy la media vuelta y me alejo”.
Y a continuación cito al doctor Harvey Cushing, el gran cirujano que decía: “No operéis la úlcera de estómago en el estómago, sino en la cabeza. El enfermo la tiene llena de preocupación o resentimiento.
El doctor Taylor, de Columbia, South Carolina, dice: “Nunca me ha tocado un caso de artritis entre los negros ni entre los blancos, excepto entre aquellos que están llenos de temores y preocupaciones”. La fe, la buena voluntad y el amor no son algo impuesto, sino aquello para lo que hemos sido creados.
La marca del Dueño está en nosotros. Aceptémosla. ¿En dónde debe estampárseme esta marca? Pablo dice: “En mi cuerpo”. Quizás nosotros tenemos esa marca nada más pintada; no ha sido estampada en lo profundo.
Por lo tanto no ha permanecido. Nos hemos ido por las veredas en lugar de entrar por el camino: hemos fingido, en lugar de ser efectivamente cristianos.
Pero ahora la marca, el Camino de Dios, va a ser estampado en nosotros, comenzando con el cuerpo. Nuestra civilización occidental es carnal y materialista; es una civilización de los sentidos; sólo cree en lo que podemos tocar, probar, oler.
Digámosle a cualquiera que esto o aquello puede afectar su alma y nos dirá: “¿Y qué?” Pero digámosle que le afectará el estómago con una úlcera y pondrá atención enseguida.
Toda vez que nos entendemos en términos materiales, comencemos con el cuerpo. “Estampa tu Marca, oh Cristo, en todas las células de mi cerebro, en mis nervios, en mis tejidos, en mi vida física entera. Quiero ostentar tu marca”.
Esta oración en nuestros labios es la oración de cada porción de nuestro ser; todo lo que hay dentro de nosotros ansia ser cristiano, porque ese es nuestro destino.
Bendito Maestro, me encojo ante el calor de tu Hierro, el temor de que mi carne se queme me hace retroceder; pero comprendo que este vacilar constante no me lleva a ningún fin.
Quiero que me señales para siempre delante de Dios y de los hombres, de modo que no haya manera de confundir mi identidad. Que el fuego de Tu Espíritu me marque para siempre. Amén.
Tomado del libro: Vida abundante