La Palabra de Dios
Hebreos 4:12. Pues la palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos.
Salmo 119:105. Tu palabra es una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino.
Imagine que está conduciendo en una calle oscura de un barrio peligroso de Los Ángeles. Por accidente pisa un objeto cortante y metálico, y dos neumáticos de su auto se quedan desinflados. Mientras piensa en lo que va a hacer, doce hombres jóvenes salen de un edificio cercano y se dirigen pavoneándose hacia usted.
Usted ya puede imaginarse cómo lo sacan de su auto, le roban y le golpean. ¿Le parece que esto cambiaría si descubriera que estos jóvenes salen de un estudio bíblico para regresar a sus casas? ¡Esa noticia consolaría hasta a un ateo!
Una de las muchas razones por las cuales creemos que la Biblia es la Palabra de Dios es su poder. No debe sorprendernos que la Palabra de Dios se compare con una espada. La espada que usaban los soldados romanos tenía dos filos que podían cortar en ambas direcciones.
La Palabra de Dios es «más cortante que una espada de dos filos», de modo que puede penetrar lo profundo de nuestro ser y ayudarnos a discernir quiénes somos en realidad y lo que debemos hacer para establecer una relación con Dios. Nos hiere para sanarnos.
La Palabra de Dios también es «viva y activa», no es tan solo palabras en una página. Dios ha revestido de poder las palabras porque provienen de su autoridad y bendición.
Dondequiera que está la Palabra de Dios, el Espíritu está presente para respaldarla, y revestir las palabras de poder y de vida.
De hecho, el apóstol Pablo dijo: «Pues han nacido de nuevo pero no a una vida que pronto se acabará. Su nueva vida durará para siempre porque proviene de la eterna y viviente palabra de Dios» (1 P. 1:23).
La Biblia difiere de una espada de dos filos en que tiene más filo de lo que cualquier espada podría tener. En el texto griego original encontramos la palabra tomoteros, que viene de la palabra griega temno, que significa «cortar». Es lenguaje de cirugía, de disección.
Al respecto, citamos al erudito de griego Marvin R. Vincent: «La forma de expresión es poética, y significa que la palabra penetra hasta las profundidades de nuestro ser espiritual, como una espada que atraviesa coyunturas y tuétanos del cuerpo.
La separación no es de una parte de la otra, sino que opera en cada departamento de la naturaleza espiritual». La Palabra de Dios penetra tanto el alma como el espíritu, atraviesa tanto las coyunturas como la médula. Nada la detiene hasta que se vuelve realidad. En presencia de este libro no caben pretensiones.
La Palabra de Dios también tiene el poder para juzgar «nuestros pensamientos y deseos más íntimos». «Dejar al descubierto» significa «examinar» y «analizar como evidencia». La Biblia se sienta a juzgar toda la actividad del alma y del espíritu. Separa los motivos bajos de los nobles, distingue entre lo que proviene de la carne y lo que proviene del Espíritu.
Más específicamente, la Palabra juzga nuestros «pensamientos», es decir, las cosas que consideramos en la mente. Juzga nuestras reflexiones, lo que pensamos mientras conducimos en la autopista, lo que pensamos acerca de otras personas, sea grato o desagradable. Miles de pensamientos pasan por nuestra mente a diario. La Palabra de Dios monitorea a cada instante estas meditaciones.
Y no solo juzga nuestros pensamientos, sino también nuestros «deseos», lo cual alude al origen de nuestros pensamientos. Las ideas pasadas y las intenciones futuras son igualmente conocidas.
El erudito de griego Kenneth Wuest traduce esta última frase diciendo que la Palabra de Dios «es poderosa para penetrar en los recodos más profundos del ser espiritual de una persona, filtra y analiza los pensamientos y las intenciones del corazón».
El autor de Hebreos prosigue diciendo que «no hay nada en toda la creación que esté oculto a Dios. Todo está desnudo y expuesto ante sus ojos; y es a él a quien rendimos cuentas» (4:13). Imagínese un cadáver extendido sobre una mesa con cada nervio, cada tendón, y cada partícula de hueso y carne expuestos.
No perdamos de vista la relación entre los versículos 12 y 13. El autor de Hebreos pasa fácilmente de hablar acerca de la Palabra hablada de Dios a la Palabra encarnada de Dios (Cristo).
Obviamente, Él quiere que comprendamos que estamos expuestos ante los ojos de Cristo. La Palabra de Dios, como una máquina de rayos X, revela quiénes somos en realidad, y Cristo examina las radiografías cuidadosamente, hasta cada partícula revelada en ellas.
Para decirlo de otra manera: estamos en la mesa de cirugía de Dios. La Palabra de Dios ha separado la realidad de la fantasía, lo correcto de lo incorrecto, lo puro de lo contaminado.
En esta autopsia espiritual hay, en sentido figurado, un tumor aquí, una célula enferma allá, y una fina fractura. Cada aspiración, cada componente mental y emocional está diseccionado, hasta que al fin se ha revelado la verdad acerca de nosotros.
Por supuesto, como hemos mencionado, la Palabra de Dios no solo nos corta, sino que también nos sana. Por medio de la Palabra de Dios somos limpiados, sanados, consolados y transformados.
Con razón David escribió de los justos «que se deleitan en la ley del SEÑOR meditando en ella día y noche. Son como árboles plantados a la orilla de un río, que siempre dan fruto en su tiempo. Sus hojas nunca se marchitan, y prosperan en todo lo que hacen» (Sal. 1:2-3).
Está claro, pues, que la práctica de la meditación en la Palabra de Dios debería ser nuestra mayor disciplina diaria.