¿Se siente atrapado por el desánimo? Si es así, no es el único.
En algún momento, a todos se nos frustran las esperanzas. La desilusión es la reacción inicial normal. Pero si perdura durante mucho tiempo, puede convertirse en desánimo. Cuando eso sucede, no hay ninguna sensación de gozo o satisfacción, no importa lo que usted haga.
Las circunstancias que dan lugar a estas emociones pueden ser inevitables, pero la manera de responder la decidimos nosotros. Podemos dejar que la tristeza abrume nuestra alma, o enfrentar la situación con valentía y traerla a Aquel que puede ayudarnos.
Vivir con desánimo divide la mente, haciendo difícil enfocarse en algo que no sea nuestra aflicción. Entonces la ira nos invade, y buscamos a alguien a quien culpar —ya sea a Dios, a otras personas, o a nosotros mismos.
La frustración manejada incorrectamente puede convertirse en desesperación, la cual, a su vez, puede alejarnos de los demás —la gente no disfruta de la compañía de alguien amargado y derrotado.
Este aislamiento conduce a baja autoestima. Por último, podemos tomar decisiones equivocadas basadas en nuestros sentimientos y emociones, en vez de la verdad. Obviamente, elegir esta actitud autodestructiva no es lo que Dios quiere para nosotros.
Aunque todos enfrentamos la decepción de vez en cuando, los creyentes no debemos sumirnos en ella. En vez de eso, Dios quiere que le confiemos todo —aun nuestras expectativas no satisfechas y las tristezas más profundas. Recuerde que hay un propósito divino en todo lo que Él permite que toque la vida de sus hijos (Ro 8.28).