Por supuesto, debemos esta clase de oportunidad de relajarnos, a otra clase de libertad —la que disfrutamos por vivir en un país libre— pero que no se compara con lo que tenemos en Jesucristo: la libertad espiritual del pecado, de la culpa y de la vergüenza.
Entonces, ¿por qué tantos cristianos hacen caso omiso de este regalo? Quieren alejarse de su trabajo o del estrés de la casa por un tiempo, pero no del pecado. Pueden trabajar largas horas para poder salir un poco más temprano el fin de semana. Pero titubean para pasar tiempo en oración, humillarse ante el Señor, y pedirle que transforme sus vidas.
Tal vez sea el momento de examinar su vida. ¿Hay pensamientos, emociones o hábitos que le agobian? ¿Ha dejado que la sociedad moldee su manera de pensar? La manera como usted responda estas preguntas es crucial, porque sus pensamientos determinarán lo que sienta y haga.