Dios está por encima de los ídolos (1-9). Por encima también de los ídolos de trapos que nos va creando la sociedad.
El genuino cristiano sólo reconoce a un Dios, que es padre, no policía, y un solo Señor, Cristo, mayor por supuesto al movimiento en que uno llegue a militar. Observa lo que se dice de Cristo en el versículo 6.
Estamos frente a una cuestión religiosa, no higiénica ni dietética. No hay entonces razón teológica para privarse de comer carne sacrificada a los ídolos.
El amor está por encima del conocimiento (10-13). Este es el principio central que debe regir toda acción en relación con los demás.
El amor es el punto de partida para todo quehacer en el mundo. El amor considera al hermano, al otro, al de conciencia débil (10).
Somos libres en Cristo, pero, ¿qué torpes consecuencias puede traer el abuso de esa libertad (9-12)? ¿Qué conclusión final podemos sacar de todo esto, según el versículo 13?
Para pensar. “Un placer que llegue a ser la ruina de otro, no es un placer, es un pecado.
Oración. Señor, que a nadie atropellemos al utilizar la libertad que tenemos en Cristo. Que a nadie juzguemos por la ley del conocimiento, sino por la ley del amor. Que no reclamemos un derecho ni exijamos una prerrogativa que lleve a la ruina a nuestro hermano.