Por el otro, llamamos así a cada uno de los pequeños volúmenes que fueron escritos precisamente por quienes reciben el nombre de “evangelistas”.
Ambas cosas son inseparables, y el v 31 nos habla del porqué del Evangelio – con mayúscula – de que Dios se encarnó en Cristo y también del evangelio – con minúscula – de porqué Juan escribió este libro.
El evangelio debió ser escrito. En su suprema voluntad, Dios determinó revelarse al mundo en la Persona de su Hijo.
Pero además quiso que la historia de su paso por la tierra quedara consignada en la revelación especial de la Palabra escrita.
Así nacieron las Sagradas Escrituras, sin las cuales no podría entenderse el cristianismo. ¿Nos acordamos de dar gracias a Dios por habernos dejado su mensaje de manera tan precisa?
El evangelio debe ser creído. Lo que el autor ha buscado, de acuerdo a la inspiración recibida de Dios, ha sido que creamos que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios”.
Por eso su libro no es una biografía de Jesús, sino una demostración de su divinidad. Si al final de la lectura, no produce fe en nosotros, no sólo el autor habría fracasado en su propósito, sino que también se habría frustrado el de Dios al ponernos esta lectura en las manos.
El evangelio nos dará vida. No sólo conocimiento, información, datos históricos, sino nada menos que vida, vida abundante, vida eterna.
Ningún otro libro, ninguna otra doctrina, pueden pretender eso. La luz nos ha iluminado a lo largo de estas páginas. ¿Podemos ver ahora la nueva vida que surge de él?
Oración. Que descubra en los relatos del evangelio, no sólo algo hermoso e inspirador, sino también la misma vida que Cristo tiene para mí.