Me encanta la Navidad - Reflexión de Navidad por Max Lucado
Me encanta la Navidad. ¡Que los cascabeles repiquen! ¡Que los cantores de villancicos se escuchen! ¡Mientras más Papá Noel, mejor! ¡Mientras más árboles, mejor!
Me encanta la Navidad. El jo, jo, jo, el ro po pom pom, y las películas y canciones navideñas. La «Noche de paz» y los caramelos.
No me quejo de las tiendas abarrotadas. No refunfuño por los supermercados atestados de gente. ¿El vuelo está lleno? ¿No cabe un alma más en el restaurante? ¡Qué importa! ¡Es Navidad!
Y a mí me encanta la Navidad.
Me puedes traer a Scrooge, al primo Eddie y la «escopeta de aire comprimido modelo Red Ryder con capacidad para doscientos balines». «¡Te vas a volar el ojo de un tiro!».
Las guirnaldas y el ruido, y el levantarse para «ver qué está pasando». Bing y sus canciones. Los globos de Macy’s. Los besos bajo el muérdago, las listas de peticiones para Papá Noel y los platos preferidos. La nieve de los días festivos, la vestimenta de invierno y la nariz roja de Rodolfo.
Me encanta la Navidad.
Me encanta porque alguien, en algún lugar, hará las preguntas de Navidad: ¿y por qué tanto revuelo acerca del bebé en el pesebre? ¿Quién era él? ¿Qué tiene que ver su nacimiento conmigo? El interrogador puede ser un niño mirando al patio en una guardería. Tal vez un soldado asignado lejos de su hogar. O puede ser una joven mamá que, por primera vez, sostiene en sus brazos a su bebé en Nochebuena. La temporada navideña insta a hacer preguntas.
Me encanta la Navidad porque alguien, en algún lugar, hará las preguntas de Navidad: ¿y por qué tanto revuelo acerca del bebé en el pesebre?
Recuerdo la primera vez que hice esas preguntas. Crecí en un pueblito pequeño al oeste de Texas; hijo de un mecánico y una enfermera. Nunca fui pobre, pero ciertamente tampoco rico. Mi papá instalaba oleoductos en los campos petroleros. Mamá trabajaba el turno de tres a once en el hospital. Todas las mañanas, yo seguía a mi hermano mayor hasta la escuela primaria, y en las tardes jugaba a la pelota en el vecindario.
Papá estaba a cargo de la cena. Mi hermano lavaba los platos y yo me encargaba de barrer el piso. Nos bañábamos cerca de las ocho de la noche o antes, y ya para las nueve estábamos en la cama, con permiso para hacer solo una cosa antes de apagar las luces. Podíamos leer.
Dentro del baúl al pie de nuestra cama había libros para niños. Libros grandes, cada uno con ilustraciones satinadas y en colores llamativos. Los tres osos vivían en el baúl. También el lobo grande y malvado, los siete enanos, y un mono con una lonchera, del que no me acuerdo el nombre. Y en alguna parte del baúl, debajo de los cuentos de hadas, había un libro sobre el niñito Jesús.
En la cubierta tenía un pesebre color amarillo-heno. Una estrella brillaba sobre el establo. José y un burro, con los ojos igual de abiertos, estaban parados cerca. María tenía un bebé en los brazos. Ella lo miraba y él la miraba a ella, y recuerdo que yo los miraba a ambos.
Mi papá, un hombre de pocas palabras, nos había dicho a mi hermano y a mí: «Muchachos, la Navidad se trata de Cristo».
En uno de esos momentos de lectura antes de dormir, en algún punto entre los cuentos de hada y el mono con la lonchera, pensé en lo que él había dicho. Comencé a hacer preguntas sobre la Navidad. Y de una u otra manera, las he seguido haciendo desde entonces.
Me encantan las respuestas que he encontrado.
Como esta: Dios sabe cómo nos sentimos los seres humanos. Cuando le hablo sobre plazos de entrega o filas largas o tiempos difíciles, él entiende. Él ha pasado por eso. Él ha estado aquí. A causa de Belén, tengo un amigo en el cielo.
A causa de Belén, tengo un Salvador en el cielo. La Navidad comienza lo que celebra el domingo de resurrección. El niño en la cuna se convirtió en el Rey en la cruz.
A causa de Belén, tengo un Salvador en el cielo. La Navidad comienza lo que celebra el domingo de resurrección. El niño en la cuna se convirtió en el Rey en la cruz. Y debido a que él lo hizo, no hay manchas en mi récord. Solo gracia. Su oferta no tiene letras pequeñas.
Él no me dijo: «Lávate antes de entrar». Él me ofreció: «Entra y yo te lavaré». Lo importante no es cómo yo me agarre de él, sino que él me agarre con fuerza. Y su agarre es seguro.
Así también ocurre con su presencia en mi vida. ¿Los regalos de Navidad de Papá Noel? Son agradables. Sin embargo, ¿la presencia perpetua de Cristo? Eso transforma la vida.
Dios siempre está cerca de nosotros. Siempre a favor de nosotros. Siempre en nosotros. Tal vez nos olvidemos de él, pero él nunca se olvidará de nosotros. Siempre estamos en su mente y en sus planes. Él se llama a sí mismo «Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros» (Mateo 1.23).