Sentía cada latido golpeando las sienes. Estaba consciente de que se jugaba su futuro como deportista. En las tribunas, decenas de personas vitoreaban. No le importó el calor ni el sudor que corría por su rostro. Sólo tenía un propósito: ganar la carrera.
--Felicitaciones, lo lograste de nuevo, campeón—le gritó con entusiasmo el entrenador, al final de la competencia. Se le acercó y le prodigó varias palmadas afectuosas.
--Pensé que jamás iba a llegar...—musitó el joven atleta mientras se apuraba un trago de agua que le pareció como un torrente incontenible. Había terminado exitosamente la competencia en los Mundiales de Atletismo celebrados en Francia.
Mientras caminaba hacia la tribuna, recordaría los meses que pasó esforzándose por largas jornadas con el propósito de dar lo mejor de sí en la convocatoria. A pesar de ser invidente, desde niño se había fijado la meta de ser el mejor, y fruto de su dedicación y perseverancia, lo estaba logrando. Vendrían nuevos retos, nuevos triunfos, nuevos escalones...
Vivir no es fácil. Constituye un reto. Siempre enfrentaremos obstáculos. Forman parte de la existencia misma. Y sólo encuentran reposo, tranquilidad y realización, quienes aprenden a sobreponerse a los tropiezos. Nada ni nadie nos pueden llevar a renunciar a las metas, sueños y esperanzas, y menos a nuestra disposición de cambio. La decisión es personal. Y sólo quienes perseveran llegan a la meta.
La historia del atleta invidente Luis Arroyo nos lleva a reflexionar en nuestra condición de hombres y mujeres llamados a vencer. Debemos seguir adelante, sin desistir. Cuando sienta que está por renunciar, pida las fuerzas que otorga nuestro amado Dios.
El apóstol Pablo escribió: “...saca fuerzas del generoso amor que Dios nos da por medio de Cristo Jesús” y añade a continuación: “Cuando un atleta participa en una competencia, no puede ganar a menosque obedezca todas las reglas” (2 Timoteo 2:1, 5. Nuevo Testamento versión La Palabra de Dios para todos)...
Adelante. Los vencedores no se rinden. Es cierto que tropiezan y pueden sentir desánimo, pero se levantan y reemprenden el camino. Y en su condición de cristiano, la recomendación es la misma. Si falló en algo, no se amilane, levántese y comience de nuevo. Una vida de testimonio, victoria espiritual y personal, se construye día a día, con la mirada puesta en Jesucristo, no en la aprobación o críticas de quienes nos rodean.