Entre ellos la sabiduría humana y la sabiduría de Dios (2.6-7), la locura de la predicación y el poder de la predicación (1.18). Veamos tres contrastes más.
El Espíritu del mundo y el Espíritu de Dios (11-12). Existe un hecho real en el cristiano: desde que creyó e hizo de Cristo su Señor, recibió el Espíritu de Dios. Ese Espíritu es ahora quien rige toda su conducta, acción, vida. En oposición, no hemos recibido el espíritu del mundo, es decir, el espíritu que se nutre de la sabiduría mundana.
La enseñanza del hombre y la enseñanza del Espíritu (13). En la práctica ¿en que medida reemplazamos la enseñanza del Espíritu por la nuestra? ¿Y aplicamos nuestros mandamientos en lugar de los del Señor, que son también los del Espíritu? Una y otra vez Pablo dice en estos primeros cuatro capítulos que el Evangelio no es sabiduría de escritorio, y aunque se anuncia con palabras no consiste en palabras ni se predica en el poder de la palabra.
El hombre natural y el hombre espiritual (14-16). El hombre espiritual es aquel que es sensible al Espíritu; le obedece, se deja conducir por él, piensa y toma sus decisiones con él, actúa en él. El hombre natural es todo lo opuesto. Está muerto al Espíritu. Posee vida física pero no vida del Espíritu. Se guía por los patrones de su naturaleza. No tiene otros valores que los materiales. ¿Cómo dejarse conducir por el Espíritu Santo que vive en nosotros?
Oración. Danos en todo tiempo, Señor, tu mentalidad. Vive activamente en nosotros y líbranos de la invasión y el dominio de las cosas terrenas y superfluas. Y que así sea.