Con todo, en esta historia no se habla de justicia, sino de un Dios que quiere enfatizar una vez más su desaprobación por el proceder en el reino del norte.
El entierro del profeta valiente (29-31). Dios no permitió que su siervo fuera devorado por un animal (2 Reyes 9.36) ni que sus huesos fuesen quebrantados o perdidos (Salmo 34.20), y le arregló un entierro honroso.
El profeta tuvo por su parte la oportunidad de mostrar en forma correcta su estimación para su colega y pidió que sus huesos fuesen juntados a aquellos profetas de Judá. Así en forma simbólica estaba predicando que sólo así escaparía del juicio de Dios (2 Reyes 23.18-19).
Un pecador porfiado (33-34). Increíble, pero Jeroboam siguió formando sus sacerdotes personales y levantando aún más lugares de idolatría. Parece que cuando intervienen intereses políticos y de poder no hay límites para la ceguera espiritual.
Esto también se repitió en el ministerio de Cristo. Los sumos sacerdotes y los hombres de gran influencia jamás entendieron la misión de Cristo. El llama ciegos y guías de ciego, según Mateo 23.16-17 y 24. ¿En qué aspectos somos nosotros también ciegos frente a la acción de Dios?
Para pensar. Es relativamente fácil identificarse con los siervos de Dios después de su muerte y hasta brindarles sepultura (Mateo 23.39 y 26.60). ¿Por qué resulta tan problemático mostrar tal estimación en la vida?
Oración. Señor, ayúdame a no ser el temeroso que se calla ante la opresión, la injusticia y los pecados en general.