Hechos 17.1-15
Tenían razón los que describían así a estos primeros creyentes: “Estos que trastornan el mundo entero (6)”. Siempre cabe preguntarse qué le falta al Evangelio que predicamos hoy, cuando no causa ningún trastorno a nadie. ¿Por qué “nuestro” Evangelio se ha vuelto tan insípido y pasivo?
Fidelidad a la Palabra de Dios en el mensaje. Notemos lo que Pablo predicaba a sus oyentes judíos (2-3). Hay discusión, proclamación y explicación de la Biblia.
No se trata de un lavado cerebral en medio de emociones artificialmente producidas. ¡Dios nos libre de eso! Lo que Pablo decía envolvía todas las facultades del hombre.
Prudencia en los movimientos de los misioneros. Al arreciar la persecución (5-9; 13), los creyentes toman precauciones para evitar riesgos innecesarios.
Aquí no hay una irresponsable búsqueda del peligro por sí mismo (10-14-15). Esta prudencia permite el avance de ciudad en ciudad.
Inteligencia al recibir el mensaje. La enseñanza es autoritaria y el Espíritu Santo está en acción, pero exige oyentes inteligentes y diligentes; dispuestos a amar a Dios con su mente también (11).
¡Qué excelente equilibrio de disposición a sufrir, unida a una fe que piensa con honestidad intelectual (1 Tesalonicenses 1.5).
Para pensar. ¿Qué hacer para que el evangelio que anunciamos, y nuestra vida, si no trastorna al mundo, por lo menos lo haga pensar en la eficacia de Jesucristo?
Oración. “Dios te conserve la cabeza fría, caliente el corazón, la mano larga; corta la lengua, el oído sin adarga, y los pies, sin premura ni pereza” (Miguel de Unamuno).