Una Mujer Adoradora
Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan; porque él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos.
Salmos 24:1–2
La adoración tiene muchas formas. Ya sea que estemos en la iglesia, en casa o manejando, siempre podemos encontrar una manera de adorar. ¿Por qué? Porque la adoración brota del corazón. Se trata de adorar, alabar, amar y atesorar lo que sabemos y entendemos con el espíritu. Se trata de devolver algo a Dios de un modo que demuestre que estamos asombradas por todo lo que ha hecho por nosotras.
El salmista nos recuerda que “Del Señor es … el mundo y cuantos lo habitan”. Eso significa que la adoración sucede en cada pueblo, ciudad y comunidad alrededor del mundo donde los corazones estén volcados hacia el Creador. La adoración no es algo que simplemente hacemos, sino que en gran parte demuestra quiénes somos. Somos seres que han sido instruidos para amar, disfrutar y emocionarnos con los dones de la vida. Somos parte de un todo mayor que le pertenece a Dios.
“Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella”. Esa declaración es inequívoca. No deja espacio para una segunda interpretación. Es una verdad, y mientras más nos apropiemos de esa verdad, más podremos adorar con un gozo real. La sentiremos en las cumbres de las montañas, en las orillas de los ríos y en los santuarios de nuestros corazones e iglesias.
Seremos verdaderos adoradores al comprender, cada día un poco mejor, que la adoración es una piedra fundamental en nuestra vida. Una mujer de valor adora con todo su corazón, toda su mente y toda su alma.