Isaías 2.1-5
En una de las paredes del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York se han inscripto las siguientes palabras: “Y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.
Aún entre aquellos que no conocen este texto de Isaías, ya sean humildes campesinos o sofisticados habitantes de la cuidad, existe este anhelo de paz. Entonces, ¿por qué no hay paz?
El verdadero centro (2, 3). Para Israel en general y para Isaías personalmente no hay ninguna duda que el Señor es la única fuente de paz.
De ahí que el monte sobre el cual su casa (templo) se ha construido y la ley desde allí proclamada son de tan vital importancia.
Todas las naciones están invitadas a reunirse en esta marcha de la paz hacia Jerusalén.
Así como los rayos de una rueda convergen hacia el centro, los individuos y las naciones al acercarse al verdadero centro de la humanidad, el Príncipe de Paz, podrán encontrar paz duradera.
Dios actúa y el hombre responde (4). Atemoriza y a la vez consuela saber que Dios es juez. Siendo un Dios de justicia, su juicio también será justo.
Pero ¿por qué siempre tenemos que esperar hasta que él nos responda? ¿Por qué no respondemos a su amor de buena gana?
Sin embargo, el hablar y actuar de Dios tendrá finalmente un resultado fantástico: espadas convertidas en arados, lanzas en hoces.
Y aún más: ninguna nación alzará espada contra otra nación y no habrá más capacitación para la guerra.
¿Podemos imaginar algo así? ¿Qué todas las academias militares y policiales tengan que ser clausuradas por innecesarias? ¡Amén! ¡Que así sea!
Oración. Oremos por Francisco Asís: “Haz de nosotros instrumentos de tu paz.