Durante el terremoto que azotó a chile en 1960, estaba en Concepción y por varias noches disfrutamos del hospedaje de los misioneros Holmes.
Cada noche teníamos nuestro culto y luego tranquilamente nos íbamos a dormir, aunque temblaba a cada momento.
Una señora, vecina del misionero, procuraba dormir en su auto que estaba en la calle. Muy nerviosa y preocupada, nos dijo: “Envidio la fe de ustedes, cómo pueden cantar y luego dormir tranquilamente cuando yo no lo puedo hacer.
Me gustaría tener la fe que ustedes tienen”. Hubo una buena oportunidad de testificar del Señor. “No temeremos, aunque la tierra sea removida” (Salmo 46.2).
Un médico pidió hablar con el pastor. Estaba tratando a un enfermo que tenía cáncer. Expresó lo siguiente: “Sé que ustedes tienen una fe que admiro, por favor dígale al paciente y a su familia que él tiene cáncer.
Sé que ellos sabrán afrontar la realidad porque confían en Dios; agradeceré les comunique esta verdad, ya la ciencia médica no tiene ni puede hacer nada más.
Así lo hice. El hermano recibió la noticia tranquilo y aprovechó sus últimos días para hablar de Cristo a otros enfermos. Los incrédulos reconocen que Cristo da al creyente la fortaleza aun en los momentos de la muerte.