En el año 1912 Londres fue escenario de una gran exposicion de pinturas. Había óleos representando todas las latitudes. La belleza del Canadá, las costumbres de Australia, el verdor de Escocia, etc.
Sin duda, los lienzos de mayor prestigio fueron presentados por un renombrado artista africano que con trazos magistrales ganó de inmediato el aplauso del público.
En sus obras de la agreste selva, su mundo traido al lienzo al desnudo, apareció la imagen de un Cristo negro. La originalidad de su trabajo la explicó con palabras llenas de emoción.
Lo pintó negro porque así lo sentía suyo, compañero de su raza y su dolor, partícipe de su desprecio y soledad.
A través de todos los siglos el hombre ha tratado de interpretar a Cristo. Leonardo Da Vinci lo pintó como italiano; el Greco, con rostro de español y cada uno de nosotros lo asimilamos a nuestra singular experiencia.
Este es el misterio de Cristo que siendo Universal es también individual, compañero de nuestra vida, amigo inseparable, consejero, redentor, Salvador eterno.
Cristo quiere ser hoy tu Señor, ancla de fe en tu vida, antorcha de tu esperanza y objeto de tu adoración y amor.