Mi hija regaló un tratado evangelizador a una mujer judía que trabajaba en un gran hospital judío de Nueva York. El título del tratado era Cómo conocer a Cristo como Salvador, Señor y Amigo.
La mujer aceptó el tratado con placer. Al mirar el título, le preguntó a mi hija Alice:
—¿Tú crees, como creen otros, que los judíos crucificaron a Cristo?
Alice oró en silencio unos momentos pidiendo a Dios que le diera la respuesta adecuada a la pregunta, y dijo:
—Fueron mis pecados y tus pecados los que pusieron a Cristo en la cruz. —Entonces citó un versículo del Antiguo Testamento—: «Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5).
La enfermera judía no podía rechazar estas palabras impresas en su propia Biblia.