En una escuela primaria, una maestra trataba de dar su clase, cuando un alumno se puso de pie en medio del aula, y se mantuvo así sin decir ni una palabra.
Todos le miraron y se distraían mirándole, por lo cual la maestra llamando al niño, al que llamaremos pepito, le dijo:
- Pepito, siéntate.
El niño titubeó un momento, y al fin se sentó. Pero no habían transcurrido cinco minutos, cuando ya Pepito estaba de pie otra vez. La maestra, con autoridad pero pacientemente, le dijo:
-Pepito, no quiero tener que decírtelo de nuevo, siéntate.
De nuevo Pepito se sentó, y transcurridos unos minutos volvió a ponerse de pie. Algo exasperada ya la maestra por la pertinaz actitud del niño, se levantó de su asiento, vino hacia el lugar donde estaba parado Pepito, puso sus manos sobre los hombros del niño, y haciendo fuerza sobre él, lo obligó a sentarse, mientras le decía:
-Acaba de sentarte, y de permanecer sentado, y no me molestes más.
Y Pepito con evidente impotencia, mirando a su maestra cara a cara, le dijo:
- Yo me sentaré por fuera, pero por dentro estoy parado.
Así ocurre muchas veces con los seres humanos que, aunque somos amonestados por Dios y por su Palabra, permanecemos en una actitud de insubordinación y de rebeldía, sin que tengamos una razón que lo justifique.