ABRAHAM, DELANTE DE DIOS. Bosquejos Bíblicos para Predicar Génesis 17:1-5
Abram era de noventa y nueve años de edad cuando el Señor se le apareció. No demasiado viejo para tener comunión con Él. La edad podrá excluirnos de los goces y compañerismos de la juventud, pero por gracia puede madurar nuestra amistad con Dios.
I. La revelación. «Yo soy el Dios Todopoderoso. Yo soy el Dios Todosuficiente.» Éste es un emplasto divino suficientemente grande para cubrir cualquier llaga humana. Un hijo había sido prometido a Abram; ahora era viejo, y todavía no le habla sido dado ningún hijo; pero en esta promesa tenía bastante para avivar la fe y despabilar de nuevo la lámpara de la esperanza con su llama vacilante.
Esta revelación de Dios, como nuestra completa suficiencia, nos es dada a conocer en Jesucristo. En Él hay suficiente para llenar toda nuestra necesidad, como pecadores y como siervos.
Vosotros los trabajadores cristianos que estáis fatigados y deprimidos, oídle decir: «Mirad a Mí; Yo soy el Dios Todosuficiente». Para alegrar tu pequeña morada hay abundante luz en este sol; para poner a flote tu navecilla hay abundancia de agua en este océano.
II. La comisión. «Anda delante de Mí y sé perfecto.» Quizás Abram había estado caminando demasiado delante de Sarai. Buscando agradaría a ella, guiado por el consejo de ella, ya se había desviado de la vida de fe en Dios (Gn. 16:1-4). Este llamado:
1 AFECTÓ SU VIDA. «Anda delante de Mí.» En todas las cosas debía actuar como uno que vivía en la inmediata presencia del Dios Todopoderoso. Ésta no es una vida de pavor y restricción embarazosa, sino una vida santa, gozosa y divinamente satisfecha. Es, en efecto, la vida de fe. Este es el alto privilegio de todo hijo de Dios nacido del cielo.
2 AFECTO SU CARÁCTER. «Sé perfecto». Es decir, sé de entero corazón. No teniendo doblez de corazón (Sal. 12:2), queriendo agradar a Dios y al hombre al mismo tiempo. Toda perfección viene de Aquel que solo es perfecto. La más elevada perfección humana se halla en una vida vivida de todo corazón delante de Dios.
III. La sumisión. «Abram se postró sobre su rostro» (Gn. 17:3). La mejor respuesta a la alta vocación de Dios es un espíritu humilde y quebrantado. Abram no dijo jactanciosamente, como dijeron algunos de sus descendientes: «Haremos todo lo que Tú nos mandes». Inclinó la cabeza hasta el polvo, y «Dios habló con Él». Un profundo y consciente sentimiento de ignorancia y debilidad nos lleva a la debida actitud de ser enseñados de Dios.
Dios siempre habla al corazón del que se abate a sí mismo. Cuando Juan cayó a sus pies, sintió el toque de su bondadosa mano, y oyó su consolador «No temas» (Ap. 1:17). Quiera Él darnos esa humildad de corazón, esa calma de espíritu en que se discierne el más leve susurro de los labios del Espíritu Santo.
IV. La transformación. «No se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham». Abram, el enaltecido, es cambiado en Abraham, el fructífero. Se ha inclinado con entero corazón a la voluntad de Dios, y su carácter es transformado.
Así es siempre; la completa rendición trae un cambio completo de naturaleza. Jacob llegó a ser un príncipe, y prevaleció cuando se entregó enteramente al luchador celestial. Es cuando estamos crucificados con Cristo que Cristo vive en nosotros (Ga. 2:20). Es por rendirnos al Espíritu de Cristo que somos transformados a su santa y celestial imagen.