J. N. Darby traduce «placeres» en ambos versículos, y ello da la clave del sentido de estos versículos y también la clave de la enseñanza que contienen. Lo que aquí se describe es un anhelo desordenado por placeres, por placeres pecaminosos, y sus resultados. La entrega indulgente a los placeres es pecaminosa.
LA OPERACIÓN DE LA MANÍA POR LOS PLACERES
I. Fomento. ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestros placeres?» (4:1). Los placeres desordenados, la pasión por los placeres, fomentaba los problemas en la Iglesia. Comparar el «fruto de justicia» (3:18) con los resultados de placeres pecaminosos en 4:1-4.
II. Penetración. «Vuestros placeres que toman el campo en vuestros miembros» (trad. etimológica), o, en la traducción del doctor Young, «que son como soldados en vuestros miembros» (4:1). Estas traducciones son sugestivas. Si se le permite al placer que haga su obra en nosotros, toma el campo en nuestros miembros como si de un grupo de soldados se tratara; esto es, llega a dominarnos, y los resultados son dolorosos.
III. Agitación. «Codiciáis, y no tenéis... ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis» (4:2). ¡Qué estado de agitación vemos aquí, como resultado de la indulgencia en placeres pecaminosos! Y observamos otro triste resultado descrito en una palabra:
IV. Insatisfacción. Observemos: «Codiciáis, y no tenéis (...) Ardéis de envidia, y no podéis alcanzar». ¡Qué condición tan insatisfecha y frustrada la que tenemos aquí!
V. Estancamiento. Notemos bien: «No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites»
(4:2, 3). ¡Qué terrible efecto que tiene la excesiva indulgencia en los placeres sobre la vida de oración, como se ve en estos versículos! ¡Qué terrible imagen de estancamiento espiritual! Primero, ausencia de oración. «No pedís.» Segundo, agitación, «Pedís, y no recibís». ¿Por qué? Porque «pedís mal», pidiendo con malos propósitos, impulsados por un motivo malo.
VI. Degeneración. Terrible es la caída que tenemos expresada en lo que sigue: «¡Oh, almas adúlteras!», «La amistad del mundo», «enemistad contra Dios» (4:4). ¡Cómo habían degenerado estos creyentes en su andar, práctica y experiencia como cristianos! Ahora eran infieles a su Dios.
VII. ¿Hay cura? Sí. Examinemos estrechamente el versículo 5: «La Escritura dice: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente» (4:5). O, como le encantaba decir a F. B. Meyer: «Se podría traducir: “El Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros anhela celosamente por toda nuestra devoción”». Ningún creyente que haya caído víctima de los placeres podrá jamás quedar satisfecho en este triste estado. Desde luego, el Espíritu Santo no lo está. ¡Cómo debe amarnos el Espíritu Santo para «anhelarnos celosamente»! La cura para ello se muestra en los versículos que vienen a continuación, esto es, humillarnos ante el Señor, buscando su plena liberación.

