JONÁS ECHADO POR LA BORDA. Bosquejos Bíblicos para Predicar Jonás 1:8-15
Ahora que el patrón ha despertado del todo a Jonás, éste se ve asediado por las preguntas de los marineros. Es muy triste cuando a un profeta del Señor le preguntan: «¿Qué oficio tienes?». Como en el caso de un soldado, la prueba de su llamamiento debería siempre estar manifiesta. Nadie le tuvo que preguntar nunca a Elías «¿Qué oficio tienes?», ni a Pedro ni a Pablo.
Su relación con Dios estaba estampada en cada una de sus acciones. Si los demás tienen que preguntarnos a nosotros si somos cristianos, después de haber estado en nuestra compañía durante un tiempo, ello es prueba suficiente de que somos unos recaídos.
I. Jonás confiesa. «Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos.» Si teme a Jehová, ¿por qué no clama a Él? Otros han estado llamando a sus dioses: ¿por qué se calla él? Quizá la razón es que Jonás había pecado, y no había confesado todavía su pecado a Dios. El pecado no confesado cierra la boca de la oración.
Ésta es la causa por la que tantas personas dejan de orar. El pecado está en su conciencia; no lo quieren confesar, y por ello no pueden orar. «El que encubre sus pecados no prosperará». Las oraciones, una vez pronunciadas junto a la madre de uno, quedan ahora ahogadas por una conciencia llena de culpa. Y le hacen otra pregunta inquisidora a Jonás: «¿Por qué has hecho esto?».
Ante esto se quedó sin respuesta. Siempre podemos dar buenas razones para huir hacia Dios, pero ¿quién puede dar una respuesta razonable para huir de Dios? ¿Eres un recaído? ¿Te has apartado de seguir a Cristo? ¿Por qué has hecho tal cosa? ¿Qué respuesta puedes dar a esta pregunta? ¡Ay, que las vidas de tantos lleven la marca de Caín, la marca de aquellos que han salido de la presencia del Señor, aquellos que hicieron profesión de ser cristianos, pero que ahora le niegan con malas obras! ¿Qué dirás cuando el mismo Dios te haga esta pregunta: «Por qué lo has hecho?». Otra pregunta le hacen a Jonás que debe haber sido como una puñalada en su alma:
«¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?». Estos hombres creían en la doctrina de la sustitución. ¿Por qué la practican los paganos? ¿De dónde la aprendieron? Fue la primera lección que Dios enseñó al hombre caído al vestirle con túnicas de pieles. Pero ahora, en estos días, esta verdad divina es menospreciada, por la soberbia intelectual que corre.
Ahora no debemos hablar de «la caída del hombre», sino de «la exaltación del hombre». No debemos enseñar que Dios hizo al hombre a su imagen, sino que surgió de una gota de agua sucia, llamada protoplasma. Entre nosotros está la apostasía de los últimos días. La respuesta de Jonás implica:
II. Una noble rendición. «Tomadme, y echadme al mar, y el mar se os aquietará.» Siente su culpa, y ve en la tempestad la mano de la venganza divina. Cada hijo de Dios puede leer la Providencia como nadie más puede. Él está dispuesto a ofrecerse en sacrificio al Dios de la tempestad para que sus compañeros de aflicción sean salvos. Parece que el sacrificio propio es el camino al verdadero servicio.
¿Estamos dispuestos a ser arrojados fuera por Dios para que podamos ser una bendición para otros? Jonás confesó que era por su culpa que la tempestad estaba sobre ellos. Si somos culpables de causar problemas a otros por nuestra falta de fidelidad a Dios, no añadas pecado al pecado negándolo. Pero los marineros estaban, de momento, indispuestos a echar por la borda al culpable. La tripulación estaba compuesta de hombres de noble corazón, y exhibieron una renuencia magnánima a hacer tal cosa.
«Con todo, aquellos hombres remaron con ahínco para hacer volver la nave a tierra». Sí, pero su duro remar no será suficiente allí donde se precisa de sacrificio. Todos los esfuerzos humanos no impedirán la tempestad de Dios contra el pecado: tiene que haber sacrificio.
Antes le daríamos a Dios la obra de nuestras manos que el sacrificio de un corazón quebrantado. «Remaron con ahínco para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron.» Es una total imposibilidad que tengamos éxito frente al propósito de Dios.
Vosotros, que estáis tratando denodadamente llevar vuestra alma al cielo, tendréis que cejar en el empeño desesperados. Si queréis obrar vuestra propia salvación tendréis que daros cuenta que es Dios quien obra en vosotros. Descubriendo que sus esfuerzos eran inútiles, claman al Señor para que la vida de este hombre no sea puesta a cuenta de ellos.
III. Divinamente frustrado. «Así que tomaron a Jonás, y lo echaron al mar, y el mar se aquietó de su furor.» Tiene que haber sido con pesar de corazón que lo echaron por la borda. Como pasajero, había pagado su pasaje de Jope a Tarsis, y ahora es echado fuera de la nave. Contemplemos como Dios puede torcer nuestros planes egoístas.
Es triste sepultar los muertos en el mar, pero mucho más triste es sepultar a los vivos. La terrible zambullida difícilmente podría ser oída entre el rugir y bramar de la tormenta. El sacrificio fue cumplido. Dios aceptó la ofrenda, e inmediatamente «el mar se aquietó de su furor». La clave de todo esto se encuentra en las propias palabras de Cristo: «Los judíos demandan señal; pero no le será dada señal, sino la señal del profeta Jonás».
Así, Jonás es una señal. ¿Una señal de qué? De muerte y resurrección. ¡Qué imagen tenemos aquí de uno mayor que Jonás, que voluntariamente se ofreció a Sí mismo en sacrificio para que otros por Él pudieran ser salvos! En la tormenta y en la tempestad vemos el juicio de Dios por el pecado. El pecado fue el de desobediencia: por la desobediencia de uno, los muchos fueron constituidos pecadores.
El remedio era el sacrificio de un profeta. ¡Qué notable ilustración de Cristo, el gran Profeta, que tomó el puesto de los desobedientes y se dejó lanzar para que la tempestad del juicio pueda quedar aplacada, y muchas preciosas almas sean salvadas! «Y temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos.»
Hicieron votos después que la tempestad se hubo apaciguado. Muchos hacen votos a Dios en el tiempo de aflicción, pero le niegan cuando llega la liberación. Los votos de los inconversos son generalmente votos que deben ser convertidos. Si has sido salvado por Cristo hundiéndose en el mar de la
ira de Dios en tu favor, haz entonces tus votos de pacto con Dios, y guárdalos.
