Josué y la vida Cristiana. Bosquejos Bíblicos para Predicar Josué 1:9
El carácter y la vida de Josué nos proveen una notable ilustración de cómo las promesas de Dios deben ser recibidas y disfrutadas. Canaán representa la tierra mejor, o lo que el mismo Dios designa como «mi reposo» (He. 3:11). Este reposo no significaba un cruzarse de brazos y un echarse a dormir.
Significaba dificultades, guerra y victoria. Significaba simplemente entrar en los planes y propósitos de Dios, y reposar quietamente sólo en Él, para cumplir todo lo que Él había prometido. La vida cristiana es una vida de:
1. Fe en las promesas de Dios. «Yo os he entregado… todo lugar que pise la planta de vuestro pie» (1:3). No puede haber ningún verdadero progreso sin plantar el pie de la fe sobre la «palabra segura de la promesa». Toda otra base es arenas movedizas. No se seguirá al Señor de cerca a no ser que haya una constante confianza en Él.
El creyente debe estar dispuesto a aventurarse, como lo hizo Pedro, a lanzarse a las más hondas aguas cuando Él llame. La fe será puesta a prueba, y es demasiado preciosa para no serlo.
Habrá Jordanes delante de nosotros, y murallas de Jericó, dificultades que solo la fe puede superar. «Mas nada será imposible para los que crean» y persistan en creer. Fue cuando los pies de los sacerdotes fueron mojados a la orilla del agua que las aguas se detuvieron (3:15, 16).
II. Consagración a la voluntad de Dios. En Ai vemos el fracaso por falta de una total consagración (como un cuerpo) al propósito revelado de Dios (6:18, 19). Para vivir una vida consagrada debe existir:
1. Un entendimiento de la Palabra de Dios. «Que no se aparte de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche has de meditar en él» (1:8).
2. Una obediencia implícita a la mente y a la voluntad de Dios. «No te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra» (1:7). Apartarnos de la Palabra es apartarnos de Dios, y son muchas las tentaciones para volvernos a un lado, que surgen de nuestros propios sentimientos y de los anhelos de los hombres carnales.
3. Una santificación propia (3:5). Si queremos ver las maravillas del Señor, esto es necesario: que nos separemos para Dios (23:11, 12).
III. Comunión en la presencia de Dios. La promesa dada era clara y consoladora: «Estaré contigo: no te dejaré, ni te desampararé» (1:5). ¡Cuán llena de gracia! Luego la promesa fue confirmada: «Como estuve con Moisés, así estaré contigo» (3:7).
Las promesas de Dios son igual de buenas para el creyente como lo eran para su propio Hijo, y su presencia debería ser para nosotros igual de real y permanente. Josué creyó la Palabra, y así él dijo:
«El Dios viviente está en medio de vosotros» (3:10). ¡Cuán notable es el versículo 15 del capítulo 5! Vemos a Josué en comunión con el Capitán, el Príncipe del ejército de Jehová.
Él le dijo: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo». Luego la escena concluye bruscamente, dejando a Josué de pie con los pies descalzos en la santa presencia de su poderoso Señor, tipo ello de la actitud permanente del cristiano para con su Señor y Dueño.
Luego leemos en el capítulo 6:27: «Estaba, pues, Jehová con Josué». Y el testimonio de Josué al morir fue: «Jehová vuestro Dios es quien pelea por vosotros, como Él os prometió » (23:10).
IV. Testimonio del honor de Dios. Toda la vida de Josué fue un testimonio por Dios. Pero las doce piedras que erigió en Gilgal debían permanecer como un testimonio especial del poderoso poder salvador de Dios al abrir un nuevo camino para su pueblo en Él confiado.
Estas piedras eran las obras de la fe, y otros, al verlas, glorificarían a Dios. El fruto de todo testimonio es que los hombres teman «a Jehová vuestro Dios todos los días» (4:21, 24), y este testimonio debe ser dado a «todos los pueblos de la tierra» (v. 24).
V. Guerra contra los enemigos de Dios. Tan pronto como se pasa el Jordán, y se erige el testimonio, se encuentran con que Jericó está totalmente cerrado (cap. 6:1). Por lo que se precisa entablar una guerra agresiva si se quieren alcanzar las promesas de Dios. Los enemigos son muchos y grandes. «Todos los reyes… se concertaron para pelear contra Josué» (9:1, 2).
Hay muchos reyes contra los que luchar. Está el rey Soberbia, el rey Concupiscencia, el rey Ama-la-comodidad, el rey Cobardía, y el rey Complace-a-todo-el-mundo. Hay también el rey Moda, el rey Odio-a-la-verdad, el rey Amor-a-las-tinieblas, el rey Mundanalidad, el rey Incredulidad. Todo lo que no agrada a Dios es nuestro enemigo.
VI. Victoria en el Nombre de Dios. «Nadie te podrá hacer frente todos los días de tu vida» (1:5). Es una vida de victoria constante. Si hay derrota, como en Ai, es «por causa del pecado». Toda muralla debe ser abatida ante el clamor de la fe (6:5).
Todo oponente debe ser herido y la tierra poseída para Dios (véase cap. 12). Si los hombres son fieles a Dios, entonces el terror de Dios caerá de cierto sobre los enemigos (2:9). Si tu vida no es victoriosa, es entonces ya hora de que investigues en tu mismo corazón.
VII. Reposa en la fidelidad de Dios. Repartieron la tierra (cap. 14:5), y reposaron de las guerras (cap. 15), con lo que reposaron en el buen don de Dios. Una tierra que no habían comprado, con ciudades y viñedos que no habían trabajado (23:14).
Pero mientras reposamos en las posesiones que Dios nos ha dado, no debemos a pesar de ello reposar de la guerra en tanto que hay aún mucha tierra (bendición) para poseer (13:1; 18:3).
Si reposamos antes de alcanzar la plenitud, entonces lo probable será que no disfrutemos de lo que ya poseemos. Los enemigos no destruidos vienen a convertirse en espinos en su costado. Reposad en el Señor.