LA ESTABILIDAD ESPIRITUAL. Bosquejos Bíblicos para Predicar Salmo 62:2
«No resbalaré mucho». «No resbalaré» (Salmo 62:2, 6).
Refiriéndose a los sufrimientos físicos de uno de sus hermanos misioneros, Dan Crawford dice sugerentemente que la carga «puede haber parecido a los de fuera como una lápida colgada alrededor de su cuello, mientras que en realidad era solo un peso necesario para mantener en las profundidades al buzo mientras recogía perlas».
Este es un símil muy útil. En verdad, las aflicciones son pesos. Pero no nos son enviados para aplastarnos, sino solo para capacitarnos para recoger las preciosas perlas de la verdad divina, y para añadir a nuestras ricas reservas de experiencia cristiana.
Esto es cierto de manera destacada en el caso del salmista David. Él fue un hombre de aflicción. A menudo pasaron sobre él las ondas y las olas. Pero, ¡qué preciosas lecciones aprendió él, y nos transmitió en sus escritos! Esto se ve en el Salmo del que hemos tomado nuestras dos Escrituras. Cuando David lo escribió, estaba evidentemente en graves dificultades. Estaba rodeado de enemigos, conspiradores y falsos amigos.
El Salmo tiene cuatro divisiones. Primero se dirige a sus enemigos (vv. 1 a 4), luego a sí mismo (vv. 5 a 7), luego a sus amigos (vv. 8 a 11), y finalmente al Señor (v. 12). Al contemplar a sus enemigos, no se sentía muy seguro acerca de sí mismo, y por esto exclamó: «No resbalaré mucho». Tenía miedo de ser perturbado y vencido un poco. Pero finalmente se desvanecieron tales negros pensamientos. Se volvió radiantemente optimista y gloriosamente dogmático, y exultando, exclamó: «No resbalaré».
Estos dos versículos son idénticos, excepto por una palabra. Pero esta una palabra causa una enorme diferencia. ¿Por qué este cambio? ¿Qué lo produjo? ¿Se debe a que en el primer caso se estaba dirigiendo a sus enemigos y que por ello había de tener cuidado con sus declaraciones, mientras que en el segundo estaba dirigiéndose a sí mismo y estaba tratando de alentarse? No, no es exactamente así. Este excelente cambio fue el resultado de expresar sus temores de manera expresa. No hay nada como esto.
El microbio de la incredulidad no puede soportar la clara luz del día. Los temores prosperan en las tinieblas. Sácalos a la luz de su presencia. Díselo todo a Él acerca de ellos. Cuéntaselo también a un alma cristiana en quien confíes, y verás como se desvanecen. Luego, después de exclamar con duelo, «no resbalaré mucho», esto es, «seguro que seré sacudido un tanto», comenzó a pensar en el Señor, y en su segura base para la confianza.
¡Ah, en Él consiste toda la diferencia! ¿Tienes tú algún temor? ¡Qué peste son! Pero no los escondas ya más en tu seno. Cuéntaselo todo. Piensa un poco más en Él, y entonces estos temores desaparecerán. Y luego, como David, exclamarás con confianza: «No resbalaré». Punto. Pero ¿resbalar a causa de qué? ¿A causa de quién? Queda sin definir a propósito. Tú puedes poner ahí tu propia angustia, tu propia dificultad. Ahora bien, observemos cuatro poderes que tratan de hacernos resbalar.
I. Satanás intenta hacernos resbalar (1 Cr. 21:1). Aquí vemos a Satanás en acción para causar tropiezo. David fue instigado por Satanás para hacer este censo. Y, ¡ay!, la táctica del enemigo tuvo demasiado éxito. David resbaló mucho, y el resultado fue terrible.
El diablo está intentando constantemente llevarnos a hacer lo malo, intentando conducirnos bien muy por delante de nuestro Señor, o seguirle demasiado de lejos o incluso a abandonarlo, y está continuamente tramando nuestra caída. Y ¡cuán diestro es! ¿Qué posibilidad tenemos nosotros contra este viejo enemigo? Aquí tenemos nuestra seguridad: «Por cuanto el rey confía en Jehová, y con la gracia del Altísimo, no ha de vacilar».
II. El pecado intenta hacernos resbalar. En Hechos 7:9 se nos dice que la razón por la que los patriarcas vendieron a su hermano José es que fueron «movidos de envidia» (V.M.). El pecado, en todas sus varias formas, busca movernos a hacer lo malo. Y observemos que no se trata de una tentación desde fuera, sino más peligroso aún, una tentación desde dentro. El pecado es un poderoso enemigo atrincherado en nuestro interior.
Pero gracias a Dios, si el cristiano tiene un enemigo que mora en su interior, tiene un Amigo que también mora en él. «Dios está en medio de ella; no será conmovida.» El secreto de la victoria y de la inmovilidad espiritual es la presencia de Aquel que mora en nosotros.
III. Las aflicciones intentan hacernos resbalar. La razón de por qué Pablo envió a Timoteo a visitar a los tesalonicenses fue para que ninguno de ellos «se inquiete por estas tribulaciones» (1 Ts. 3:3). Evidentemente, estaban pasando tiempos muy duros, y había un gran peligro de que tropezasen ante estos dolores abrumadores.
Pero el antídoto es éste: «Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo». Los que echan sus cargas sobre el Señor y confían perpetuamente en Él, descubrirán que no pueden caer.
IV. Los amigos intentan en ocasiones hacernos resbalar. Pablo, creyendo que estaba en la voluntad de Dios, estaba de camino dirigiéndose a Jerusalén, pero sus amigos trataban de disuadirle, y sin embargo él dijo: «Pero ninguna de estas cosas me mueve» (Hch. 20:24).
La única seguridad frente a amigos incluso bien intencionados es esta: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré zarandeado». Fue esto lo que sirvió de ayuda a Atanasio. Estaba solo como campeón de la verdadera y justa Deidad de nuestro Señor. Alguien le dijo en aquel tiempo: «¿Sabes que todo el mundo está contra ti?» «Pues en este caso», dijo aquel valiente defensor, «yo estoy contra todo el mundo».