LA LUZ DEL MUNDO. Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 12:44-50
El ministerio de nuestro Señor en la tierra fue primero profético, y luego sacerdotal. La referencia de Juan al lamento del profeta Isaías, en los versículos 38-41, puede ser considerada como la clausura de la obra de Cristo como Profeta, y aquí el comienzo de su obra como Sacerdote.
I. Su relación con el mundo. «Yo, la luz, he venido al mundo.» En Él no había ningunas tinieblas. En Él estaba la pureza y el poder de la luz inefable, para suplir las necesidades y solventar los problemas de un mundo culpable y entenebrecido. «Yo… he venido.»
No hay otra luz que sea suficientemente poderosa para esparcir las tinieblas de un mundo. Él viene, no como un ciudadano para compartir nuestros dolores, o como patrón para proteger nuestros derechos, sino como Luz para revelar. Ésta era la primera gran necesidad del mundo.
II. La naturaleza de esta Luz. Fue la luz de la voluntad del gran Padre Celestial revelada en el Hijo. «Yo no he hablado por mi propia cuenta », dice, «sino que el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar» (v. 49).
El cuerpo de Jesucristo era como una lámpara, la luz que era en Él era la Luz de Dios, y su manifestación era por medio de sus palabras y obras. Estas palabras y obras revelan un infinito amor y misericordia, de la mano con un poder y una santidad infinitas. El resplandor era perfecto, porque Él podía decir: «El que me ve, ve al que me envió» (v. 45).
III. El propósito de la Luz. «No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar el mundo» (v. 47). El propósito de cada faro es salvar. La luz es una gran salvadora de la muerte y de la destrucción.
Los había que estaban opuestos a las luces de gas, cuando fueron introducidas por vez primera en 1807, pero se ha afirmado que la nueva luz ha hecho más para reducir el crimen que todas las leyes del parlamento desde los tiempos de Alfredo.
La luz de Cristo es el mayor enemigo del pecado. Ver el amor del Padre en la vida y muerte de su amado Hijo es ver nuestra propia necesidad y el único remedio de Dios. Él no ha venido como luz para resplandecer en juicio y condenación, sino para que el mundo pueda ser SALVO por medio de Él (Jn. 3:17).
IV. Cómo es recibida esta luz. «Para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas» (v. 46). Esta luz celestial y salvadora resplandece en los corazones de aquellos que con el corazón creen en Él. Esta fe viene por el oír. «Al que oye mis palabras», etc. Da oído a sus palabras, créelas, date a ellas, y la luz de la vida poseerá tu alma.
Mientras tengáis esta luz, creed en ella, obedecedla, seguidla, confiad en ella. Es tan real y tan libre como la luz del sol. Habiendo creído en Él como la Luz de tu vida, confiésalo, y no te quedes obstaculizado por el temor a los hombres, ni por el deseo de la alabanza de parte de ellos (véase vv. 42, 43; He. 11:27). Creer en Cristo es creer también en Aquel que lo ha enviado (v. 44). Honramos al Padre cuando por la fe recibimos la salvación que es en Cristo Jesús (Jn. 6:40).
V. Las consecuencias de rechazar la luz. Si los que creen en Él «no permanecen en tinieblas» (cf. v. 46), entonces los que no creen en Él sí que permanecen en tinieblas. La luz ha venido al mundo, pero los hombres aman las tinieblas en lugar de la luz, por cuanto sus hechos son malos. Permanecer en las tinieblas es permanecer en la muerte.
Rechazar esta luz es rebelión en contra de la voluntad de Dios. En dolor yacerán los que prefieren las chispas que ellos mismos generan antes que la luz de la verdad eterna.
Pero aunque los hombres rechacen estas palabras iluminadoras, o el mensaje de Dios en Cristo, y se aferren al engaño de las tinieblas, no por ello se han librado de esta luz; tendrán que volverla a afrontar en su forma más fiera y agostadora, porque Él dice: «La palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día».
La luz, que ha sido rechazada para que no consumiera su pecado, se tornará en fuego consumidor para los pecadores. Así como cada flor refleja el color que rechaza, así cada rechazador de Cristo será manifestado en aquel día (Jn. 3:19-21).