LA OFRENDA DE DAVID. Bosquejos Bíblicos para Predicar 2 Samuel 23:15-17
I. Una cosa común. «Agua» (v. 15). Podemos encontrar sacrificios para Dios en los más pequeños detalles de la vida. Necesitamos no estar siempre buscando hacer alguna gran cosa a fin de mostrar la devoción de nuestros corazones a nuestro Señor y Maestro. Con cada misericordia diaria tenemos la oportunidad de glorificar a Dios. Pequeños momentos pueden ser convertidos en sacrificios aceptables a Dios.
II. Una cosa costosa. Fue agua conseguida «con peligro de su vida» (v. 17). Una cosa común hecha preciosa, porque fue comprada con gran precio. Así éramos todos nosotros, que hemos sido redimidos con la preciosa Sangre de Cristo. David tenía un corazón lo suficientemente grande como para no ofrecer a Dios en sacrificio algo que no le costara nada.
Los hay que reservan para Dios la reputación rota, la vida coja, y los días enfermos (cf. Mal. 1:23). Le dan a Dios lo que ya no desean: un cuerpo enfermo y un alma azotada por el pecado. «Honra a Jehová con tus bienes» (Pr. 3:9).
III. Una cosa deseable. «David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén!» (v. 15). Al hacer esta ofrenda, David no estaba dando algo de lo que no sintiera necesidad, porque anhelaba con toda su alma beber de aquella agua. Nos es fácil ofrecer a Dios aquello para lo que ya no tenemos capacidad de disfrutar.
Muchos se separan bien dispuestos de sus bienes, dedicándolos a propósitos caritativos, cuando la muerte los mira de cara a cara, mientras que cuando estaban saludables y vigorosos los retenían avaramente con mano de hierro. En esto no hay sacrificio. Al derramar el agua, el regio pastor estaba dando al Señor lo que en aquel momento era lo mejor que tenía. Preséntate a ti mismo a Dios. Quizás ésta sea tu cosa más deseable.
IV. Una cosa consagrada. «La derramó para Jehová». Rehusó emplearla para satisfacer sus propios anhelos. Incluso el agua derramada al suelo de esta manera santa no se pierde; produce el fruto apacible de justicia.
Es una profundización en los canales de nuestras propias naturalezas para un llenado más poderoso del «agua de vida» que proviene del mismo trono de Dios. Todo lo que se da al Señor se hace santo. «¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios?»
V. Una cosa que no se podía recuperar. Agua derramada, que no podía volver a ser recogida. ¿Quién pensó jamás en recuperar para su propio uso el sacrificio que había sido puesto en el altar? Lo que le era dado a Dios era suyo, y ello para siempre. David estaba perfectamente consciente de que al derramar el agua al Señor nunca podría volver a ser suya.
¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? Si nos hemos entregado al Señor, ya no somos más «nuestros», y resulta un sacrilegio de lo más grosero volver a tomar para nuestra propia satisfacción lo que pertenece solo a Dios.
«¿No sabéis… que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Co. 6:19, 20; 2 Co. 5:14, 15).
