La Respuesta del Señor. Bosquejos Bíblicos para Predicar Job 38:1; 40:1-5
«La extremidad del hombre es la oportunidad de Dios». Fue cuando se hubieron acabado las palabras de Job y de sus amigos que el Señor respondió a Job desde el torbellino. La respuesta de Dios es siempre definitiva. No hay apelación. El libro de Job, como los libros del Antiguo Testamento, cierra con la Teofanía, la apariencia de Dios.
Aquí, como cuando envió a su Hijo, el último alegato de Dios fue la manifestación de su propio carácter. Aunque Dios respondió a Job desde el torbellino, no tenemos por ello que inferir que la voz fuera como una tempestad rugiente y desarraigadora, sino que los argumentos empleados tuvieron un efecto de torbellino sobre el espíritu de Job, levantándole completamente de su presente condición mental a una mejor forma de pensar.
I. La oración de Job. «Respóndeme tú. ¿Cuántas iniquidades y pecados tengo yo? Demuéstrame mis transgresiones y mis pecados» (13:22, 23). Estaba fijo en mantener su propio camino. Es indudable que había vivido con toda buena conciencia delante de Dios, pero ahora tenía la tendencia a jactarse de su integridad, como si se tratara de algo independiente de la gracia de Dios.
Si he pecado, dice él, dame a conocer el número y la naturaleza de mis transgresiones. La respuesta de Dios a Job revela el hecho de que sus iniquidades iban en una dirección diferente de la que él había supuesto. No se le acusa de una transgresión real, sino que se ve abrumado con la consciencia de su ignorancia e impotencia. Es su autoconfianza la que es reprendida y se marchita.
II. La respuesta de Dios. «Entonces respondió Jehová a Job» (cap. 38:1). La respuesta de Dios viene en forma de una avalancha de preguntas. Solo en los capítulos 38 y 39 hay cincuenta y siete preguntas. Cada una de ellas parece ser portadora de un destello de luz cegadora para el yo. Cada interrogante es en sí mismo una revelación y una instrucción para el vacilante patriarca. Todos sus «Has tú» y «Puedes tú» son evidencias de lo que ÉL ha hecho y puede hacer. Estas preguntas son otras tantas revelaciones de la sabiduría y poder de Dios, de su perfecto control de «las leyes de los cielos» (38:33), o de lo que llamamos fenómenos naturales.
Aquellos que quieren encontrar fallos en la providencia de Dios deberían estudiar esta declaración divina. La primera pregunta del Señor es suficiente para quitarle el aliento a Job: «¿Donde estabas tú cuando eché los cimientos de la tierra?» (v. 40, V.M.). Su palabra es verdaderamente como «martillo y fuego».
Pensemos en estas ardientes preguntas: «¿Has mandado tú alguna vez en tu vida a la mañana?» «¿Has entrado tú hasta las fuentes del mar?» «¿Has andado escudriñando el abismo?» «¿Has entrado tú en los depósitos de la nieve?» «¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades?» «¿Conoces las leyes de los cielos?» «¿Alzarás tú, a las nubes tu voz?» «¿Enviarás tú los relámpagos, para que ellos vayan? ¿Y te dirán ellos: Henos aquí?». La sabiduría del hombre es insensatez para con Dios, así como la más resplandeciente de las luces de la tierra es solo una mancha negra sobre la faz del sol. Así que el hombre, en el mejor de ellos casos, es solo una vil partícula delante de la gloria de Dios.
III. La confesión de Job. «He aquí que yo soy vil: ¿Qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar» (40:4, 5). La grandeza de que se jactaba Job, como la torre de Babel, acabó en total confusión cuando apareció Dios. Mientras nos comparemos con hombres como nosotros mismos, puede haber ocasión para la jactancia, pero que hable Dios, y nuestras manos tendrán que ponerse sobre nuestras bocas.
«He aquí que yo soy vil», porque esta mi boca ha estado expresando los pensamientos de mi mente que deshonraban a Dios, pero «no volveré a hablar» con esta autoconfianza y afirmación de mí mismo. Pondré mi mano sobre mi boca, y me inclinaré en callada sumisión a la palabra y a la voluntad del Señor mi Dios. El Señor está en la naturaleza como en un santo templo; que toda la tierra calle delante de Él. Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, y a Job en el torbellino de un fenómeno natural, en estos últimos días nos ha hablado en el Hijo.
La voz es la misma, pero la revelación es vastamente diferente. ¿Qué tenemos que decir en nuestro favor ante la Cruz de Cristo? Aquí debe detenerse toda boca jactanciosa. Aunque en justificación de mi mismo haya hablado una vez, o cincuenta veces, «no volveré a hablar» cuando veo el pecado a la luz de los padecimientos y muerte del unigénito Hijo de Dios. «He aquí que yo soy vil»; mi justicia, ante el resplandor de su luz, ha resultado ser solo «trapos de inmundicia». «Dios, sé propicio a mí, pecador.»