LEY, GRACIA, FE. Bosquejo bíblico para predicar de Gálatas 3:6-14
Estas tres, mas la mayor de ellas es la «gracia». La ley nos muestra nuestra necesidad. La gracia revela la provisión de Dios para suplir esta necesidad. La fe es la aplicación personal de esta provisión para suplir esta necesidad.
I. Por la ley hay condenación.
1 EXIGE UNA OBEDIENCIA PERFECTA. «Maldito todo aquel que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas» (v. 10). «El que ofende en un punto es culpable de todo.» No podéis quebrantar un eslabón sin romper toda la cadena.
2 NO PUEDE JUSTIFICAR UNA TRANSGRESIÓN. «Por la ley ninguno se justifica para con Dios» (v. 11). Suele ser fácil para nosotros justificarnos a nuestros propios ojos, pero es con Dios con quien tenemos que ver. Éste fue el engaño de los fariseos (Lc. 16:15).
3 CONFIAR EN LAS OBRAS DE LA LEY ES ESTAR BAJO LA MALDICIÓN (v. 10). Ésta es la sentencia agostadora contra todos los que esperan alcanzar la vida eterna tratando de obedecer las justas demandas de la ley. «Todo lo que la ley dice, lo dice para los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre» (Ro. 3:19). La ley quería encerrarnos para que miráramos a Cristo.
II. Por la gracia hay salvación. «La gracia vino por Jesucristo» (Jn. 1:17).
1 «CRISTO NOS REDIMIÓ DE LA MALDICIÓN DE LA LEY» (v. 13). Jesucristo nos ha comprado con su misma Sangre. Ahora le pertenecemos y no estamos bajo la ley. Así que quedamos liberados de su maldición. Uno es vuestro Maestro ahora, el Cristo.
2 «HABIÉNDOSE HECHO MALDICIÓN POR NOSOTROS.» «Nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley» (Gá. 4:4, 5). Él se sometió bajo la ley, para poder entrar en contacto con los que estaban bajo la maldición.
Él no podía ser hecho maldición por nosotros haciéndose desobediente a la ley. Dijo: «No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla» (Mt. 5:17).
De su voluntad tomó el lugar y la maldición de los que estaban bajo la ley, llevando su pena al colgar de un madero (v. 13). Él murió por nosotros, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
3 CRISTO NOS REDIMIÓ «para que… recibiésemos la promesa del Espíritu» (v. 14). Es una gran bendición para nosotros ser liberados de la maldición y del dominio de la ley. Es también un gran honor para Cristo que seamos poseídos por su Espíritu y hechos testigos de Él. ¿No es éste el propósito final de nuestra redención? Salvados para servir.
Él nos ha redimido para que recibiéramos la promesa del Espíritu. El Espíritu Santo es prometido a cada creyente en Jesús, y una promesa es para la fe. «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?» (Hch. 19:2).
III. Por la fe hay justificación. «El justo por la fe vivirá» (v. 11).
Abraham fue justificado por la fe porque creyó en la promesa (v. 6). Esto fue 430 años de ser promulgada la ley.
La promesa de la vida eterna, dada a nosotros en Cristo, que la Escritura previó antes de Abraham (v. 8) es una revelación infinitamente mayor de Dios que la ley dada por Moisés. La ley no ofrece promesa alguna, sino un mandamiento con una pena por desobedecer. Al no tener promesa, no puede ser por fe.
El Evangelio es una promesa gloriosamente honrosa de Dios, y por ello el llamamiento es a la fe. «Todos los que creen son justificados de todas las cosas». «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación» (Jn. 5:24).
Al ser el Evangelio ofrecido en promesa, entonces la salvación no puede ser por obras. ¿Dónde está pues la jactancia? Queda excluida. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe (Ro. 3:27).